Por Oscar "Cachín” Díaz.
|
“Fatiga”, a la derecha, en
primera plano, junto a Alito Toledo, el Negro Paz y Martín Paz, en el homenaje
que realizó a Los Manseros el director de Cadena 3, de Córdoba, Mario Pereyra,
el 24 de mayo de este año. |
El
genial Hugo Díaz no sólo era un semi-dios para hacer sonar la armónica. También
se lo recuerda como un verdadero crack y un rapidísimo escrutador que, a
primera vista, colocaba a todos y a cada uno el apodo exacto y abarcador que se
lleva hasta la tumba. Fue él quien llamó “Fatiga” al excelente vidalero y
bombista bandeño Guillermo Reynoso, quien dejó de existir este lunes gris en la
Capital Federal, a los 80 años. El flaco “Guilli”, que era un gran amigo, un
buen compañero, un ejemplar esposo y un afectuoso padre, quedó contento con el
sobrenombre porque consideraba que definía cabalmente su hablar pausado y su paso con
ritmo lento y cansino. Quienes tuvimos la fortuna de conocer de cerca a glorias
del folklore (por nuestro trabajo en el viejo diario El Liberal, “el de
los Castiglione” que encontraba, acompañaba y sostenía a todos los valores de
la música y del canto de nuestro nativismo), encontramos a varios ejemplares
valiosos y verdaderos fenómenos populares. Uno de ellos fue “Guilli” Reynoso;
un hombre tranquilo, pícaro, sensible y con muchas inquietudes que se reía
cuando en otras ciudades, como la porteña, le llamaban “Fatiga” en una suerte
de sinónimo del auténtico santiagueño. “No
hago nada para aparecer simpático. Todo
surge cuando ‘Alito’ (Alfredo Toledo) nos presenta y antepone el ‘Fatiga’ a mi
apellido. Estoy convencido de que ese apodo me coloca para el lado del
santiagueño callado, respetuoso y lento. Creo que la gente me aplaude más a mí
por el apodo, por la santiagueñidad que transmite ese sobrenombre”. Así me
respondía en la Casa del Folklorista hace 15 años, cuando el público dejó de
comer, se puso de pie y coreó a rabiar “¡Faa-tii-ga…!”…“¡Faa-tii-ga…!”, frente
a la envidia sana del Negro Paz, don Leocadio Torres y “Alito” Toledo, que
comenzaron a rasgar sus guitarras para apagar la ovación al flaco vidalero y
bombisto. De inmediato, la grandilocuencia y sapiencia del inolvidable animador
Hugo Miguel Ocaranza logró acallar a los efusivos “reynosistas”.
Atamisqueño-bandeño
|
Reynoso interpretaba el
bombo con amor y una sencillez única, respetando la línea de los ancestros
santiagueños.
|
El
flaco Reynoso, en verdad, caminaba lento y hablaba pausado pero tenía magia en
sus palabras y en su talento de cantor. Tan buena era su tercera voz, finita,
que los entendidos la escuchaban y coincidían: “¡Eh…hasta dónde se eleva esa ‘aguja’…!”,
en una magnífica definición elogiosa al Mansero. Claro,
es que nació en Hoyón, departamento Atamisqui, donde hasta ahora se habla de
salamancas y de músicos salamanqueros.
Llegó
al mundo un 15 de agosto y cuando era muy chico sus padres se trasladaron a la
ciudad de La Banda, instalándose en el barrio Los Lagos, que comenzaba a
transformarse en el “espacio de Los Carabajal”.
Su
madre se llamaba Alejandra y su padre, Juan. Ellos le decían “Puma”. Tenía dos
hermanos: Ángel y Miguel.
A
comienzos de los años setenta, “Guilli”, por amor, ingresó a un hogar de
folkloristas y de estudiosos del quichua. En efecto, se casó con Olga Bravo,
quien era hija de don Martin Bravo, uno de los autores de la chacarera
"Lamento de la urpilita".
Además, era sobrina del profesor Domingo Bravo, poeta, escritor, estudioso e
investigador del quichua santiagueño.
Asimismo, la esposa de Reynoso era pariente de la profesora Maria Bravo, quien enseñaba danzas nativas en la ciudad de La Banda.
Con
Olga tuvo cuatro hijos: Hugo, Lorena, Verónica y Martín.
Su carrera artística
|
Allí, en el cuadro de
honor, entre todos los que integraron alternativamente Los Manseños, brilla
como un emblema la figura de Guillermo Reynoso.
|
Como
tantos otros jóvenes, nuestro Guillermo partió hacia Buenos Aires con el afán
de abrir una picada a fuerza de su talento para el canto y la música. A
comienzos de 1962 cantaba con Los Arrieros y luego integró Los Caminantes.
Cuatro
años después, más precisamente el 30 de diciembre de 1966, debutaba con Los
Manseros Santiagueños en nuestra ciudad Capital, en la peña de la confitería Belgrano. Había llegado al
ya famoso conjunto para reemplazar a Carlos Carabajal. Casi de inmediato emigró
Carlos Leguizamón, el buen cantor y músico bandeño, cuyo lugar fue ocupado por
Valentín Campos.
Pero
“Fatiga” se fue de Los Manseros en 1974 y, finalmente, regresó en 1979.
En
estos últimos diez años, “Guilli” vivió los mayores momentos de consagración
del más exitoso conjunto de canto y música del nativismo santiagueño,
compartiendo escenario con Onofre el Negro Paz, Alfredo “Alito” Toledo y un
tiempo Leocadio Torres y, hasta último momento, el joven Martín Paz.
Hace
quince días, Reynoso se descompensó en la provincia de Córdoba, donde los
médicos le descubrieron un cáncer avanzado. Sus hijos lo trasladaron a la
provincia de Buenos Aires donde el lunes 22 ingresó en el sanatorio Güemes de
la Capital Federal. Este lunes, dejó de existir.
La congoja general
|
Un adiós emocionado al más
querido de Los Manseros por todos los públicos de la Argentina. |
Todas
las redes sociales reciben expresiones de duelo por la desaparición del músico
y cantor santiagueño Guillermo Reynoso. Músicos de todas las latitudes ponen de
manifiesto el dolor y congoja, y recuerdan con afecto al vidalero inolvidable.
El
poeta de Quimilí, Adolfo Marino “El Bebe” Ponti, escribió en Facebook:
"Hay
golpes en la vida tan duros/ golpes como si fueran dados" en un bombo sin
parche, en una caja sin cuero, en el alma de la tierra. Ha muerto Guillermo
Reynoso; y la chacarera está de luto. Fatiga, apodado así por el genial Hugo
Díaz, integraba Los Manseros Santiagueños desde hace más de tres décadas y su
voz inconfundible armonizaba el canto de este cuarteto como si fuera la de un
montaraz con un ala clavada en pecho, por eso su voz era sinónimo de Vidala, de
tinaja soplada por el viento.
Adiós
hermano santiagueño”.