Por Julio Bárbaro, politólogo,
escritor y ex diputado nacional.
Pese
a que ya es habitual escuchar a dirigentes pedir la confluencia de las
distintas corrientes peronistas, se trata de un deseo más basado en la ambición
electoral que en la lógica programática.
Cada
tanto, alguno convoca o considera posible esa ficción que es “la unidad” de lo
que ya no tiene ninguna posibilidad de convivir. El peronismo fue un movimiento
nacional que Menem degradó para siempre y los Kirchner utilizaron de la misma
manera. Hoy es tan sólo un recuerdo que da votos, una memoria de tiempos
felices que se guardan en el corazón, como los de la juventud, como los mejores
recuerdos que todos tenemos en algún rincón del alma. Claro que difícilmente
vuelvan. Uno lucha por no vivir sólo de recuerdos y a veces, el presente no le
deja otra opción.
Hay
peronistas con Macri, con Massa y con Cristina, más algunos que quedan con los
gobernadores o en la CGT, pedazos que ya nadie va a reunir, que es imposible
rejuntar. Peronistas antiperonistas con Menem ejecutaron la destrucción de lo
que el peronismo construyó y defendió. Peronistas y antiperonistas con Cristina
fueron menos vende patria pero asentados en los que el General expulsó de la
plaza. Y sobran señores feudales parecidos o iguales a los que el peronismo
vino a superar. Discépolo, que era peronista de los buenos, escribió el tango “Cambalache”,
que hoy nos representa mucho más que la misma marcha.
“No entendieron a Perón”
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El Gobierno de Menem y
sus socios transformaron al peronismo en liberal y pro-yanqui, que llegó hasta
las “relaciones carnales” que, con Trump, hubieran sido dolorosas.
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En
nombre de las mejores ideas se han cometido las peores fechorías. Cuántos
millones asesinó Stalin reivindicando al marxismo y no fue el único en degradar
un pensamiento, en todo el mundo se cuecen habas.
El
enemigo del peronismo siempre fue el liberalismo -el marxismo no tuvo peso en
nuestra sociedad como para ser importante-. Eso no impidió que la consigna
fuera “ni yanquis ni marxistas” y, como muestra de lealtad, Menem lo hizo
liberal y pro-yanqui, imaginó hasta las “relaciones carnales” que con Trump
hubieran sido dolorosas. Y los Kirchner se enamoraron de los restos del
estalinismo autóctono. Ninguno de ellos entendió el lugar de Perón, ninguno de
ellos asumió el valor de ese pensamiento que, sin duda alguna, fue uno de los
más importantes del siglo pasado.
Algunos
imaginan que al pronunciar el conjuro “populismo” se liberan para siempre de la
historia. Con esa palabra muestran que no piensan o lo hacen poco, que
prefieren las etiquetas a las ideas. Hay señores que la usan para Perón, el
Santo Padre y hasta Trump. Uno siempre se queda con la duda de qué serán ellos,
los que están del otro lado del “populismo”. Liberales, eso son. Señores que
imaginan al mercado por encima del hombre. Desde ya que nada tiene Perón que lo
asemeje a Trump, pero ciertos supuestos pensadores son como los chicos,
aprenden a pronunciar alguna palabra que define un mundo y se quedan detenidos
en ella. “Nene malo”, eso quiere decir populismo. Dicen que no les gusta, que a
ellos les gusta más el mercado, el consumo. Viven la vida como una góndola y si
no consumen no saben para qué viven. No estoy defendiendo al populismo, estoy
expresando que detrás de ese muro no están los dueños de la verdad y el
pensamiento justo. Que, como siempre, por intentar definir un supuesto espacio
del mal uno no queda ubicado del lado de la virtud.
“Perón”, siempre en
debate
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El Gobierno de los
Kirchner se ocupó de subsidiar necesitados y seguidores, degradaron al movimiento
nacional y no dejaron nada de peronismo, pese a su “relato”.
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Hubo
un debate importante entre Rogelio Frigerio, abuelo del actual ministro, de
quien fui amigo, y Álvaro Alsogaray, el padre de la ministra de Menem. La
esencia de la discusión estaba vigente en Perón y sigue presente hoy. O dejamos
que el mercado fluya y nos enriquezca según los liberales puros, o pensamos
políticas de Estado para guiar a las inversiones a partir de las necesidades de
la sociedad. No es estatismo puro como creían los Kirchner ni mucho menos
planes de subsistencia para los necesitados. Es imaginar y proponer un modelo
de sociedad que los integre. Es un gobierno con políticas de Estado, nada que
ver con Menem que solo se dedicó a vender el patrimonio ni con los Kirchner que
se ocuparon de subsidiar necesitados y seguidores. De peronismo nada, ni el uno
ni los otros. Iniciativa privada, pero con un Estado que limite la
concentración y formule un rumbo para las inversiones. Lo otro, el liberalismo
de mercado, ese que instaló Cavallo y parece que hoy sigue vigente, ese
enriquece a los ricos a la par que incrementa el porcentaje de pobres y
necesitados. Esa miseria se nota en la calle, y no se resuelve con orden, exige
propuestas.
Macri
supo decir que era desarrollista, hasta ahora es liberal y experto en apoyar el
comercio y la intermediación, poco y nada para el sector productivo. A
excepción del agro, cuya política ya venía de lejos -y quitarle retenciones más
que una política fue una concesión-, más allá de eso las políticas públicas
para el desarrollo son nulas.
Tiempo de pensar un país
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El Gobierno de Macri y
de sus aliados se conforma con durar y se va acostumbrando a este triste
tránsito por la mediocridad a la que nos tiene acostumbrados nuestra
dirigencia.
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Las
denuncias al gobierno anterior ya son cansadoras, agota seguir develando una
realidad de corrupción ilimitada. Es tiempo de salir de ese pasado, dejarlo a
la Justicia y a las novelas policiales; vendría a ser el último acto de una
falsa revolución. Y pareciera que la corrupción en nuestra sociedad es esencial
al poder, al menos en eso andamos.
Ahora
viene el tiempo de pensar un país, una sociedad. El PRO imagina que la
prolijidad genera futuro, me parece exagerado, un poco absurdo, y ni siquiera
son tan prolijos. No habrá brotes verdes, tampoco caos institucional. No se
sabe si es madurez o simple acostumbramiento, si aprendimos o si dejamos de
luchar por el mañana.
El
Gobierno disfruta de un amor obligado, por ahora no hay opciones. Los
cristinistas van achicando sus sueños de retorno, la sociedad tomando
conciencia que el futuro se presenta difícil.
Ya
no hay peronismo, tampoco kirchnerismo, Cristina, si se presentase, estaría
gastando su última bala, la de plata. Y el Gobierno se conforma con durar, se
va acostumbrando a este triste tránsito por la mediocridad a la que nos tiene
acostumbrados nuestra dirigencia. Por ahora nada nos permite soñar y nadie se
anima a desandar los errores. Momento difícil, con escaso optimismo, pero sin
riesgos a la vista.