Editorial del diario La Vanguardia, de España.
Uno de los principales rasgos del siglo XX ha sido la incorporación de la mujer, antaño limitada al ámbito doméstico, a todo tipo de tareas profesionales y sociales. Desde que las sufragistas iniciaron sus campañas en pro del voto femenino, el reconocimiento de la mujer ha crecido sin cesar. Su condición social ha sido redefinida por una pléyade de ensayistas, también por un movimiento como el feminista, y sobre todo por la actitud cotidiana de millones de mujeres.
Meta: la igualdad
El camino recorrido ha sido, pues, rico en progresos. Sin embargo, la meta de la igualdad no se ha alcanzado todavía. Los datos son en este sentido llamativos. En algunos países, como los nórdicos, por lo mucho que se ha avanzado. En otros, como algunos africanos o árabes, por lo mucho que queda por avanzar.
Los progresos de la mujer han sido notables tanto en el terreno universitario como en el profesional, el académico o el legal, la igualdad aún no es real. Eso se debe en parte a las dificultades que comporta la conciliación de las tareas familiares y las laborales en una sociedad en la que el reparto de ocupaciones domésticas dista de estar asumido. En este aspecto, cobra una relevancia decisiva el factor educativo. Por ello es indispensable, si aspiramos a alcanzar, o al menos a rozar, la igualdad, que los niños y niñas sean instruidos sobre lo que son las responsabilidades compartidas. Es cierto que la emigración y la presencia en las escuelas de alumnos procedentes de culturas en las que la igualdad es mucho más precaria que aquí puede ser a veces un obstáculo añadido. Aun así, hay que persistir, convencidos todos, hombres y mujeres, de que este es un viaje sin retorno. Y comprometidos todos para que esa igualdad sea, cuanto antes, un hecho completo y corriente que haga innecesaria la convocatoria del Día Internacional de las Mujeres.
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