Jorge
Rafael Videla fue un producto genuinamente argentino, atravesado por esa vieja
antinomia entre amigos y enemigos que viene desde el fondo de la historia y que
cada tanto resurge para reflejar esa imposibilidad tan llamativa de generar un
país donde haya lugar para todos.
En
ese sentido, cuando lo entrevisté, él seguía considerándose como un general que
había conducido una “guerra victoriosa contra la subversión”.
Los
enemigos, los malos eran, para él, los otros, los que querían imponer en el
país una revolución socialista y que no podían ser llevados ante la Justicia o
fusilados sino que debían ser muertos y sus restos, desaparecidos “para no
provocar protestas dentro y fuera del país”.
“Eran
el precio que se debía pagar para ganar la guerra contra la subversión”, me
dijo.
Me
pareció una persona implacable, un cruzado dispuesto a todo con tal de lograr
el objetivo. Creo que esa idea de que los fines justifican los medios es
también una característica de nuestra cultura política y por algo fue que sólo
en la Argentina hubo tantos desaparecidos.
Jorge Rafael Videla murió este viernes 17 de mayo, a los 88 años, en el Penal de Marcos Paz, provincia de Buenos Aires. |
Videla
fue también una expresión de los setenta. Por lo general, se relaciona a los
setenta con los jóvenes que portaban un ideal revolucionario pero en aquellos
años también hubo otros jóvenes que tenían un ideal contrapuesto: “impedir que
la Argentina se convirtiera en otra Cuba”. Eran los contrarrevolucionarios,
para utilizar una expresión de Mao.
Terminó
siendo el líder de estos contrarrevolucionarios asistido por una manera de
entender y practicar el catolicismo que lo llevaba a considerarse como un
instrumento divino. Videla rezaba el Rosario todas las tardes y comulgaba todos
los domingos. “Creo que Dios nunca me soltó la mano”, afirmó en una de las
entrevistas.
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