Por Miguel A. Brevetta Rodiguez
No es fácil hacerse entender por todos cuando tratamos de aportar claridad sobre un tema espinoso, peor aún, cuando la temática roza aspectos íntimos del poder publico.
No se trata de aportar criterios de verdad pura a la metodología sobre la que se conduce el gobierno de turno, o cualquiera de ellos, pues no todos apelan a los mismos procedimientos a la hora de la puesta en ejercicio de sus actividades, las que constituyen una sumatoria de hechos, que con seguridad calificarán su accionar al final de cada gestión.
Así tenemos que en este último lustro se mira al gobierno con desconfianza y se lo está calificando como el “manipulador de la información”, o el que pretende “tapar el sol con las manos”, como si ello fuera posible en estos tiempos de urgencias desmedidas. Lo que pasa es que la comunidad advirtió que no se la informa como es debido, - dicho mal y pronto- se dio cuenta de que se le oculta la verdad de una realidad que se pretende esconder.
No está funcionando el principio republicano que ordena dar a conocer aquellos hechos destinados al conocimiento público.
Seguro que no faltó alguno de esos iluminados que suelen trajinar los pasillos del poder, que acercó la idea de colocarnos en el “túnel del tiempo” haciéndonos retroceder varias décadas, para que recordemos el famoso diario del entonces Presidente derrocado en el 30.
“El diario de Yrigoyen”, según la crónica histórica, o la leyenda, fue un recurso de los comedidos que rodeaban a don Hipólito en su segundo mandato, que era el de la vejez, que le fraguaban un diario que contenía sólo las noticias que el caudillo radical ansiaba leer.
Setenta años después la práctica subsiste, más sofisticada o tortuosa. Se supone que el entorno urdía sus mañas sin conocimiento del Presidente. Hoy día, es la propia autoridad del gobierno la que trata de armar ese diario autocomplaciente, pletórico de noticias alteradas e interpretaciones antojadizas. Para eso se reclutan especialistas de imagen, analistas de opinión, se llaman (que llama) a publicitarios astutos. Lo que cuadre. Esa información se propone “a la gente” mediante spots, voceros oficiales, ministros, el Presidente en persona.
“Lo más asombroso del método no es el ánimo manipulatorio sino que los propios conjurados terminen creyendo las cosas que inventan.” (1)
Nadie sabe si la anécdota fue real, pero resulta suficientemente grafica como para ilustrar un hecho puntual, que en estos momentos, resulta ser el reflejo de lo acontecido en una etapa tan sensible al sentimiento popular.
Como prueba evidente del panorama al que asistimos, están a la vista las revistas y los diarios, a los que la sociedad los llama peyorativamente, “boletines oficiales”.
Las radios y los canales de televisión, albergando “listas negras” en donde se encuentran plasmados los nombres de los opositores al gobernante de turno (a quienes nunca se verá, ni escuchará) y, como contrapartida se promociona a los mismos rostros de siempre (que nadie quiere ver, ni escuchar).
La vuelta de los “censores”, introducidos a la fuerza en las redacciones de los medios para ejercitar el manoseo de la información, pues ya no se confía en los secretarios de redacción, celosos guardianes de la verdad, en otros tiempos.
Y arriba de todos ellos una nueva creación coercitiva, que hoy se lo conoce como “director de pauta oficial”, mejor llamado, el que distribuye el dinero público a cambio de quien mejor represente los intereses del patrón.
¿Qué pretenden nuestros gobernantes cuando tratan de esconder lo que no quieren que se sepa? ¿O es que se ha llegado a la paranoia de creer que la mentira es la verdad, solo por estar publicada en diario propio?
No se debe pensar como tarea diaria en alterar los ciclos de la naturaleza, que es lo mismo que meter la mano en las instituciones, para tratar de adecuarlas a las conveniencias de cada uno. Se puede burlar al juez corrupto y obediente; no a la justicia. La relatividad, enseña como principio, que tarde o temprano, todo cae.
Y… aunque parezca mentira el derecho natural, existe y también sanciona, en especial a los incrédulos.
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