Por Kayser Soze.
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Carlos Zannini (secretario Legal y Técnico), Ernesto Laclau (politólogo), Jorge Coscia y Marcela Cardillo (secretario y subsecretaria de Cultura de la Nación), en la Casa del Bicentenario, de la Capital Federal. |
Aunque a muchos les gusta decir que es uno de los pocos radicales K que sobrevivieron a la vieja Concertación Plural, a estas alturas es hora de advertir que el gobernador Gerardo Zamora no es ni radical ni K. Veamos por qué.
El lunes pasado finalizó el ciclo Debates y Combates en la Casa del Bicentenario (Riobamba 985, de la Ciudad de Buenos Aires), donde distintos dirigentes e intelectuales debatieron sobre la filosofía política kirchnerista. Politólogos como Ernesto Laclau, psicoanalistas como Jorge Alemán, y dirigentes como Carlos Zannini y Juan Manuel Abal Medina pasaron por los paneles organizados bajo diferentes ejes temáticos, en los que se reflexionó sobre las formas y la historia del modelo. Para clausurar este ciclo, el secretario de Cultura Jorge Coscia resumió con claridad el espíritu y la estrategia política del kirchnerismo. En resumidas cuentas, el cineasta explicó que muchos tildan – peyorativamente – al gobierno nacional de conflictivo, cuando el conflicto es en realidad algo necesario y parte fundamental de la construcción política.
Ya en palabras nuestras, podemos reforzar la idea señalando que el enfrentamiento de ideas contrapuestas, de intereses diferenciados, y la posibilidad del conflicto es la posibilidad de la apertura al debate, a la contienda, a la construcción. Es la posibilidad de que una persona, un grupo, o un sector puedan constituirse como sujeto político y puedan poner en la arena política sus demandas, planteos y proyectos que, seguramente, irán en sentido diferente de algún otro sector. Ahí el conflicto. Sin el conflicto es imposible pensar en el surgimiento de sujetos políticos. Sin el conflicto es imposible la libertad de expresión, y asimismo es imposible pensar en una libertad de expresión que a su vez no genere conflicto. El conflicto es apertura y es política.
En Santiago
En Santiago del Estero, en cambio, la filosofía política del Frente Cívico va por otro lado: apunta al consenso. Desde sus inicios, allá por el 2005, se crearon las mesas de diálogo (de los docentes, de los trabajadores, de la tierra) en la que se llamó y se invitó a Casa de Gobierno a distintos gremios, agrupaciones y sectores para atender a las demandas sociales y coordinar políticas públicas.
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Gerardo Zamora. |
Estas mesas de diálogo permitieron la inclusión de distintos sectores en el debate gubernamental y la construcción de consenso sobre los temas más acuciantes. Pero cuidado, la noción de consenso puede ser traicionera. Puede significar acuerdo, pero es también lo opuesto al disenso. No significa que las partes que adhieren al consenso apoyan, sino más bien que aceptan aquello sobre lo que se ha consensuado.
El gobierno de Gerardo Zamora ha apuntado desde sus inicios a evitar el conflicto y a construir consenso. A construirlo puertas adentro de Casa de Gobierno con las partes que deciden aceptar aquello sobre lo que se consensua. Las decisiones políticas sobre trabajo, sobre tierra, sobre la educación, son tomadas en Santiago a partir de los consensos construidos a puertas cerradas en Casa de Gobierno, con las partes que deciden aceptar aquello sobre lo que se construye consenso. ¿Pero qué pasa afuera? Afuera, nada. Por eso quedó al margen Cisadems, por eso quedó afuera un amplio sector del Mocase, y por eso seguramente quedará al margen también la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (la que en Santiago se ha dado en llamar nueva CGT). ¿Qué ocurre con estos sectores que no aceptan las políticas de gobierno? Lo mismo: nada. Porque no saldrán en los medios de comunicación que dependen de sus alianzas con el Estado para sobrevivir económicamente. Porque no podrán hacer públicas sus demandas y planteos.
Así, sin margen para la expresión en espacios visibles, sin conflicto, se cierra el espacio de la política. El consenso se vuelve entonces simulación de lo político. Es parte de la concepción de la política como administración, más cercana a las ideas neoliberales (a lo Macri, a lo De Narvaez, ¿a lo Zamora?) que a una concepción kirchnerista de la política.
No decimos aquí que esté bien o mal una u otra forma de concebir a la política. Solo marcamos la diferencia, para confundir hinchazón con gordura. Insistimos: En términos políticos, Zamora no es K. Institucionalmente tampoco es radical, claro, porque ha sido expulsado del partido. ¿Qué es, entonces, el gobierno zamorista? Es un aliado, circunstancial, por la conveniencia estratégica. Lo que es igual a decir que hoy es una cosa, y mañana puede ser cualquier otra.
Para Santiago esto significa tener un gobierno que privilegia la simulación del debate político para priorizar la acción y la administración. Se hace, se construye, se gestiona. ¿Pero cuál es el precio? Que la respuesta a esta última pregunta corra por cuenta del lector.