miércoles, 13 de octubre de 2010

De escritores y de preguntas

Por Sergio Sinay
Mario Vargas Llosa escribió algunas de las mejores páginas en nuestra lengua durante el siglo veinte y lo que va del veintiuno. En sus textos se percibe que escribe en estado de felicidad, y ese estado se transmite a quien lo lee. Mario Vargas Llosa ama y honra a la literatura. Es decir, ama y honra a esa bella creación humana que da sentido a la existencia de nuestra especie. Además de esto, Mario Vargas Llosa, como intelectual, no esconde sus ideas y es consecuente con ellas. Corre los riesgos de fundamentarlas y expresarlas. Tiene también el coraje de actualizarlas, de ser un hombre de su tiempo, de transformar su pensamiento sin ser oportunista ni obsecuente (al contrario, a menudo lo ha hecho contra las corrientes oportunistas y obsecuentes). Y no es dogmático ni fundamentalista con sus creencias, admite las opuestas, convive con ellas sin descalificar ni pedir cabezas.
En la feria del libro de Frankfurt, donde Argentina es este año el país temático, el stand nacional desmereció, desde mi óptica, a la literatura al mostrar como íconos nacionales al impresentable Maradona y otros nombres lejanos y ajenos al espíritu de este arte. Ese stand fue, además, un desvergonzado altar al narcisismo presidencial, abundante en fotos de quien cada vez que nombra un escritor o un libro se equivoca irremediablemente. Allí, en Frankfurt, un grupo de escritores argentinos dijo estar de luto porque Vargas Llosa obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Ellos, que no pudieron negarse a participar de la exhibición narcisista, que no hablan cuando se tergiversa la historia, que arriesgan y producen menos que Vargas Llosa.
Si un intelectual no habla cuando tiene que hablar, si no resiste a una invitación oficial (de cualquier oficialismo), a un pasaje de avión, si no es conciencia despierta y crítica de su sociedad, ¿qué se le puede pedir? Ya nada. En Conversación en la Catedral, obra de Vargas Llosa, un personaje, Santiago, se pregunta: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Dan ganas de agregar: ¿y en qué momento la Argentina?

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