Por Rubén Lasagno.
Desde Santa Cruz se dice que Máximo no puede ser sucesor de nadie. |
Indudablemente que hay necesidad, en el entorno del gobierno, por mantener vivo el apellido Kirchner, como sea; pero lamentablemente, para quienes cimientan esa estrategia y sueñan con un sucesor de Néstor, van encaminados directamente a la desilusión.
Cualquiera que conoce la rutina y la personalidad de Máximo coincide es que es lo más “políticamente incorrecto” que hay. El hecho de ser sostén de la madre, por una cuestión natural, ante el fallecimiento de su padre, no lo hace acreedor de los ardides que usaba Él para conducir la tropa K, para negociar con la oposición, denigrarla o para pactar con empresarios y sindicalistas. Mucho menos, para equipararlo en la dialéctica mordaz, los discursos agresivos y pretendidamente irónicos que disparaba contra quienes no pensaran en su misma sintonía.
De andar cansino, pausado, sin hacer de los madrugones su mejor medalla, de voz irreconocible (jamás habló en público), casi huidizo y tímido, Máximo ha sido un joven amante de la rutina y de la cumbia, que cercano al mediodía se lo puede encontrar detenido en su CRV en cualquier semáforo de Río Gallegos, rumbo a la oficina de Sancho-San Felicce donde atiende los asuntos financieros de la familia, nada más. Todo lo que se agregue sobre su extraordinario “potencial político”, son elucubraciones sin asidero en la realidad.
La Cámpora, invento partidario donde lo necesitaban para poner su apellido, no fue (ni es) el leit motiv de su vida ni mucho menos. Por otro lado, quienes se encargan de encontrarle virtudes que no posee, olvidan tal vez, que el kirchnerismo ya no puede poner a cualquiera y asegurarse el voto en las urnas. Eso pertenece al pasado; y con la pretendida inclusión con fórceps, del hijo presidencial, en la ruleta política, no se aseguran ningún triunfo, al contrario, se arriesgan a una irrecuperable derrota.
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