“Paco”
era de esos amigos que siempre se llevan en el bolsillo. Que cuando menos lo
pensás te sueltan una primicia que nadie más que él conoce. Que es capaz de
armarte una “opereta” que deja de culo a medio Santiago. (Era amigo de todos
los políticos y los periodistas de estos lares).
Para
eso era gaucho y criollo, por eso usaba bombachas y cinchas vistosas, no para
palenganear como muchos tilingos, sino porque así enlazaba animales ariscos o
volteaba terneros en la yerra. Y de golpe, de sólo estar, se subía a la
camioneta y te llevaba a la fuerza a tomarte un vino y a comerte un lechoncito
de su cosecha.
Era
un tipo límpido, traslúcido, era buenazo ¡qué joder!
¡Cómo
olvidar cuando vine de Tucumán y andaba en la malaria y hasta los puchos me
compraba! Con él no hacían falta mangazos. Te veía la cara y ya adivinaba que
andabas sin un cobre.
En
los últimos tiempos se nos dio por tomar café en Wall Street. Fue allí que le conté
que me iba a Amaicha y él me dijo que, en lo que fue su último viaje, se iba a
su casa de Tafí, pero que me buscaría para pescar truchas en el río Las
Piedras. ¡Cómo olvidarlo ahora, al pié de su memoria inacabable! ¡Cómo
andaremos sin él los changos, los “mercenarios de la pluma” como él nos
llamaba, los que sin él casi no éramos nosotros!
Te
fuiste en tiempo aciago, compañero. Podrías haberte quedado un rato más... Fue
demasiado pronto...
¡Te
llevaré conmigo hasta que yo mismo muera!
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