En algunos meses más los argentinos cumpliremos 30 años
desde aquella histórica jornada de diciembre de 1983 cuando asumía la
presidencia de la Nación el doctor Raúl
Alfonsín, dejando atrás la noche más oscura de la historia argentina que
engendró la dictadura de Videla y Cía. desde el 24 de marzo de 1976. Mucho tuvo
que ver en el triunfo radical de aquel tiempo el gran entusiasmo generado por
el líder del radicalismo en amplios sectores juveniles, incluyendo algunas
franjas del progresismo no enroladas en el partido de Alem.
Tres décadas después esa gran esperanza que había
despertado el advenimiento de la democracia, se ha esfumado en buena medida.
Aquella pasión juvenil que se planteaba transformar la realidad de las mayorías
a inicios de los 80’ se ha convertido en desencanto por las sucesivas
desilusiones que provoca la falta de respuestas a los problemas más importantes
de los jóvenes. Actualmente algunas estadísticas confiables hablan de un millón
de jóvenes que no estudian ni trabajan, un porcentaje altísimo que por sí solo
abre un enorme interrogante sobre el presente y futuro de Argentina: ¡una
verdadera bomba de tiempo!
El desafío de ser joven
La situación de millones de jóvenes sin trabajo y sin poder estudiar, es una de las asignaturas pendientes de la democracia. |
La pregunta surge automáticamente. Si no estudian ni
trabajan, ¿qué hace ese millón de personas comprendidas entre los catorce y los
treinta años. cada uno de sus días? ¿En qué emplean su tiempo? Reflexionemos un
instante y pensemos qué haríamos cada uno de nosotros enfrentados involuntaria
y estructuralmente a una situación similar. Es casi imposible que un joven
pueda tener un proyecto de vida en esas condiciones e involucrarse
favorablemente en la resolución de los asuntos más trascendentes de la sociedad
en que vive. Es que por acción u omisión la sociedad lo ha echado de su seno y
lo ha arrojado a la marginalidad.
¿Qué opciones tiene un joven excluido de toda posibilidad
de construirse una vida digna? Veamos:
limpiar vidrios o hacer malabarismos en los semáforos; ser un “trapito”
lavacoches; ser integrante de una barrabrava de algún club de fútbol pues ni
siquiera tiene dinero para pagarse la entrada para ver al equipo de su
preferencia; ser explotado en trabajos insalubres de paga ínfima sin ningún
tipo de cobertura social ni acceso a la salud; acceder a un plan social a
través de punteros políticos, gremiales o sociales, quienes se quedan con un
porcentaje de dicha asignación; esperar las campañas electorales de los
partidos del sistema para recibir bolsines o lo que sea a cambio del voto;
integrar la fuerza de choque de aquellos que hacen negocios con la necesidad de
la gente, etc. Como se observa, ninguna dignidad como para pensar en un futuro
diferente para él y su familia, si es que alguna vez sueña con alcanzar
objetivos que para el resto de la sociedad resultan completamente naturales.
Esta intrascendencia tiene un costo altísimo en vidas
humanas. La autoestima es prácticamente nula en estos casos porque si no
trabaja carece de todo tipo de ingreso económico y si, simultáneamente, tampoco
estudia, le sobran todas las horas de cada día de su vida. Y si para un joven
en edad de actividad plena su vida vale muy poco, por qué habrá de tener valor
la de un semejante? ¿Nos hemos interrogado alguna vez la razón de que la enorme
mayoría de las víctimas en accidentes de tránsito, en especial moto-vehículos,
sean jóvenes pertenecientes, en general, a los sectores menos pudientes de la
sociedad? ¿Qué los empuja cotidianamente a poner en riesgo sus vidas cada vez
que se suben a sus motos? Y si a ello le sumamos que ya no es sólo el
alcoholismo el flagelo principal ante el avance de la droga-dependencia,
estamos en presencia de un cóctel que amenaza cada vez más el porvenir.
El otro segmento de jóvenes, aquellos que estudian y/o
trabajan están motivados por un proyecto personal que los lleva a abordar cada
día con el mismo anhelo con el que uno construye su casa: ir colocando
diariamente un ladrillo que le va dando forma a lo que tenemos como meta. Esto
no significa que no existan cuestiones a solucionar, pero lo principal es la
idea de un futuro cierto. La proyección de ese futuro sólo será posible si se
protege la propia vida y esto provoca que tomemos precauciones para no
exponerla innecesariamente.
Y ahora a votar
Y ahora un buen número -un poco más de dos millones- de
jóvenes entre 16 y 17 años han sido convocados a votar en las sucesivas
elecciones. Es innegable que muchos de ellos están formados para hacerlo, pero
también es real que por los argumentos dados un gran número de ellos no cuentan
con los elementos suficientes para discernir adecuadamente en el cuarto oscuro.
Sin duda que también hay miles de adultos que se encuentran en similares
condiciones.
El problema es que detrás de esta iniciativa kirchnerista
que los socialistas del Frente Amplio Progresista hemos apoyado porque siempre
estamos dispuestos a votar una alternativa superadora, hay un evidente
oportunismo electoral ya que la mitad de los jóvenes que podrán votar sin
llegar a la mayoría de edad reciben algún plan social del gobierno nacional y/o
de sus socios provinciales. Es decir, detrás de una medida que es ampliar los
derechos de la juventud se esconde una especulación electoral que, en el fondo,
subestima y se piensa dueño de la voluntad de miles de jóvenes.
Entonces hay que dar la información suficiente para que
todos los ciudadanos, sean biológicamente jóvenes o no, puedan elegir a sus
representantes con la mayor libertad y sin sentirse presionados por aquellos
que se valen de los recursos públicos para disciplinar la voluntad popular.
¿Qué hacemos?
Todos debemos tomar conciencia de que debemos hacer algo
para detener el crecimiento de la pobreza estructural que es la madre de todas
las penurias sociales. El gobierno nacional deberá modificar la matriz
distributiva que ha profundizado la brecha social que comenzó con la última
dictadura y que se extiende hasta el presente. Menos populismo y más
democracia.
Hay que tener un plan serio para enfrentar la inflación
que saquea diariamente a los sectores de ingresos fijos; hay que quitar el IVA
a los productos de la canasta básica alimentaria y gravar la timba y la renta
financiera, entre otras medidas, si realmente queremos ser una Nación justa y
solidaria. Y hay que hacer participar con sus propuestas a todos los actores
políticos y sociales para poner en marcha un programa que tenga el mayor
consenso posible y de ese modo evitar volver a chocar -una vez más- con la
misma piedra.
La esperanza que despertó el advenimiento de la democracia con la asunción del doctor Raúl Alfonsín, se esfumó en buena medida. |
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