Por Jorge Lanata, en Clarín
de Buenos Aires.
En
noviembre del año pasado, dos días después de la detención de los veintiún
empresarios, Dilma Rousseff dijo lo que los americanos llamarían sus famous
last words (famosas últimas palabras): “Esto podría cambiar Brasil para siempre”.
La Operación Lava Jato comenzó en julio de 2013, cuando la Policía descubrió
una mediana red de lavado que operaba en Brasilia y San Pablo. El tema llegó al
gran público en marzo de 2014 con la detención de veinticuatro personas en
distintos Estados. El sistema de “delación premiada” permitió entonces que
hablara Paulo Roberto Costa, ex director de Abastecimiento de Petrobras. A
Costa se le sumaron once “delatores premiados”. Hubo 279 procedimientos y se
investigaron, hasta ahora, a 150 personas y 232 empresas. Dilma Rousseff
presidió el Consejo de Administración entre 2003 y 2010, cuando se aprobaron y
ejecutaron algunas de las operaciones más escandalosas, entre ellas la compra,
en 2006, de una refinería en Pasadena por un precio cuarenta y siete vece
superior al que había desembolsado dos años antes, en 2004, la empresa belga
Astra Oil. Cuatro empresas: UTC, Mendes Junior,Engevix y Galvao Engenharia han
responsabilizado a Dilma de controlar ese “club” desde Petrobras para comprar
voluntades políticas. El coima-ducto de Petrobras trasladó entre cuatro y ocho
mil millones de dólares. ¿Alguien podría decir, seriamente, que Dilma no estaba
al tanto?
Chávez, Cristina y Dilma, en un encuentro regional. |
Hablábamos,
semanas atrás, de los “chorros con las máscaras del Che Guevara”. Cristina
Kirchner y Dilma Rousseff no son tan distintas: esta semana la suspendida
presidente de Brasil politizó su problema judicial: se escondió bajo la
denuncia de un golpe de Estado, como Cristina se victimizó por Bonadio en
Comodoro Py. Las dos fueron cínicas en el ejercicio del poder y, para ser
justos, los resultados del tándem Lula-Dilma a nivel social fueron superiores a
los “logros” de los K. Pero, como sucedió entre Néstor y Cristina Kirchner, en
el período de Lula y Dilma, a Dilma le tocó el ocaso del relato: en 2010, último
año del gobierno de Lula, terminaba en Brasil la autodenominada “Década de la
inclusión”: se redujo en un 45% el número de pobres, y en un 47% el de
indigentes. Pero a fines de 2015 el dólar batía récords históricos y la
inflación volvía a los niveles del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. La
crisis ayudó a correr un velo histórico: Brasil era el país de los BRIC, pero
también el país de la corrupción institucional: nadie denunciaba al otro bajo
riesgo de ser él mismo descubierto. Hoy, 32 de los 81 senadores y 164 de los
513 diputados están sometidos a procesos judiciales por motivos que van desde
el asesinato al fraude en la administración. Pueden consultarse todos los
imputados en la página de Transparencia Brasil, www. excelencias.org.br El
delito por el que Dilma pierde la presidencia es menor: haber ampliado el
Presupuesto público sin pasar por el Congreso. ¿Lo habrán elegido los
legisladores porque, de ventilar los otros, serían un perro mordiéndose la
cola?
Aunque Dilma y Lula fueran
acusados por Jack el Destripador, eso no los vuelve inocentes. Le tocará a la
Justicia y a la sociedad brasileña lograr que sean inocentes quienes acusen a
los culpables. Y lo que sucede está bien lejos de ser un golpe de Estado; es,
en verdad, una prueba para la democracia brasileña: un poder enjuiciando al
otro. Hay, claro, traiciones, personajes siniestros, puñaladas en la espalda y
funcionarios impunes. Sucede que hay personas, y algo de Shakespeare duerme en
cada uno. ¿Serán capaces de hacer justicia? Y si la hicieran, ¿servirá al
futuro del país? Hay quienes recuerdan el Mani Pulite italiano con melancolía,
otros lo hacen con admiración: lo cierto es que después de casi tres mil
detenidos hubo partidos que desaparecieron: la Democracia Cristiana (que fue el
principal partido gobernante en Italia en la posguerra, estuvo siempre en el
gobierno desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1993), el Partido
Socialista (su principal referente, Bettino Craxi, para no ir a la cárcel se
fugó a Túnez, donde murió en el 2000) y también desaparecieron el Partido
Liberal, el Partido Socialdemocrático (PSDI) y el Partido Republicano. Pero lo
que llegó fue Berlusconi. En todos los casos la opinión pública fue
determinante: nunca perdonó a los que robaban con la máscara del Che Guevara,
los juzgó con más dureza incluso que a la derecha conservadora. Habían
despertado en ellos la ilusión de un cambio y no estuvieron a la altura de las
circunstancias.
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