Compañeros de universidad en la carrera de Abogacía, Busti (autor de la nota) y el Gallego de La Sota, cuando eran gobernadores de Entre Ríos y de Córdoba, respectivamente. |
Mi
amistad con José Manuel De la Sota viene de larga data. En el camino,
compartimos momentos muy complicados, de lucha y batallas perdidas. Luego, el
tiempo y el retorno de la democracia, nos recompensó. Hoy, con su inesperada
partida, me embarga una profunda tristeza.
Lo conocí promediando la década del sesenta en los pasillos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. En aquellos difíciles años, sobre todo a partir del golpe de Onganía, en los que repartíamos nuestro tiempo entre los libros y la militancia, el “Gallego” inexorablemente ya se destacaba. Nunca olvido el deslumbramiento que nos causó a todos los que presenciamos su exposición en un examen final de Derecho Político en la cátedra del Dr. Alfredo Rossetti. La descosió; ya entonces parecía un docente más que un alumno.
Lo conocí promediando la década del sesenta en los pasillos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. En aquellos difíciles años, sobre todo a partir del golpe de Onganía, en los que repartíamos nuestro tiempo entre los libros y la militancia, el “Gallego” inexorablemente ya se destacaba. Nunca olvido el deslumbramiento que nos causó a todos los que presenciamos su exposición en un examen final de Derecho Político en la cátedra del Dr. Alfredo Rossetti. La descosió; ya entonces parecía un docente más que un alumno.
Después
de graduarnos, integramos la Agrupación de Abogados Peronistas, desde la que
-con humildad e inexperiencia- intentábamos desafiar los atropellos que la
dictadura militar de aquel entonces cometía con compañeros militantes.
En
1976 a José Manuel lo secuestraron y desaparecieron. Fue torturado por orden de
Luciano Benjamín Menéndez y hasta sufrió un simulacro de fusilamiento. Luego lo
blanquearon como preso político. En todos los años que pasaron desde la vuelta
de la democracia jamás lo escuché utilizar esa terrible experiencia para
victimizarse o sacar algún rédito político. Tampoco nunca advertí en él
siquiera una pizca de rencor.
Con
Antonio Cafiero fue uno de los jóvenes baluartes de la llamada Renovación
Peronista, que acompañé, con mucho entusiasmo, desde Entre Ríos. Allí también
compartimos los mismos sueños.
Sin
lugar a dudas, se trató de uno de los dirigentes más lúcidos de mi generación.
Siempre fue un hombre del diálogo y la tolerancia; un luchador contra los
pensamientos únicos. Como a Lincoln, como a Lula, le tocó perder muchas veces
en su querida tierra cordobesa. Lejos de amedrentarse, aprendió de esas caídas,
y llegó a ser tres veces gobernador, entre muchos otros honores. “En política
nunca hay derrotas ni victorias permanentes”, solía decir con absoluta razón.
La vida lo había golpeado de un modo indescriptible y sabía distinguir lo
verdaderamente importante.
El
día que asumí mi tercer mandato como gobernador vino hasta Paraná para
acompañarme. Después cruzamos el túnel y estuvimos en la jura de otro gran
compañero: Jorge Obeid. En esos cuatro años, desde el 2003 al 2007, logramos
cumplir uno de los objetivos que siempre habíamos anhelado: potenciar el
federalismo fortaleciendo la Región Centro como un gran legado a las futuras
generaciones de cordobeses, santafesinos y entrerrianos.
Se
nos va un político de raza y un estadista. De los que desafortunadamente no
abundan. Un hombre que deja una huella imborrable en una generación de
cordobeses y en millones de peronistas. ¡Hasta siempre, querido Gallego! ¡Se te
va a extrañar!
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