Por Ricardo del Barco, docente universitario, ex convencional constituyente de la provincia de Córdoba y profesor de la UCSE
“La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
La corrupción de las palabras es el comienzo y el fin de la corrupción total. En efecto, cuando comenzamos a decir que lo caliente es frío, que lo feo es bello o que el amor es el odio, terminamos sin saber dónde están el calor, el amor y la belleza... Las citas del prólogo corresponden a ese mundo cruel que Orwell, en su novela 1984, supo anticipar en el siglo pasado y que hoy está tan cerca de nosotros. En ese mundo, la irrealidad y las mentiras son los males más tremendos dentro de una maldad superlativa.
Todo esto viene a cuento del desopilante planteo que terminó materializándose en algunas listas de candidatos, confeccionadas para que funcionarios elegidos y en funciones sean candidatos a cargos electivos que no asumirán. Se trata de solicitar el voto de la ciudadanía, a la que le anticipan -en una muestra de desfachatada “transparencia”- que aquellos por los que voten no asumirán en caso de imponerse en los comicios. A esto se le ha dado en llamar candidatura testimonial.
Esta es la primera corrupción: llamar a lo que no es con el nombre que le corresponde a su opuesto. Candidatura testimonial en todas partes -y por supuesto entre nosotros- es aquella que se ofrece a la ciudadanía, aunque muy posiblemente no logre un apoyo significativo. Con ella se quiere mostrar en el proceso electoral que los temas que se proponen deben ser conocidos, proclamados, debatidos.
No importa demasiado en esta perspectiva que muy posiblemente esa candidatura no alcance, como dije, el inmediato apoyo de la ciudadanía. La historia argentina está llena de estos notables y valiosos ejemplos. Me referiré solamente a este último cuarto de siglo democrático: allí encontraremos socialistas, democristianos, liberales, conservadores y otras tantas denominaciones y corrientes que asumieron candidaturas y participaron en campañas que, para los oportunistas de la política, eran una verdadera pérdida de tiempo. Y que también para cínicos y pragmáticos variopintos eran un desperdicio de esfuerzos.
Lo más curioso es que muchas de esas candidaturas fueron portadoras de sueños imposibles en el corto plazo; fecundaron el debate político, incorporan temas y propuestas que más tarde fueron haciéndose realidad, aunque sus portadores nunca o muy pocas veces llegaron a desempeñar cargos electivos.
Testimoniales también fueron aquellas candidaturas como la del obispo Piña, que aceptó ser cabeza de una lista de convencionales constituyentes en Misiones, para impedir un burdo intento de reeleccionismo perpetuo.
En lo personal, muchas veces asumí esas candidaturas testimoniales, aún sabiendo que muy posiblemente sería vencido en la compulsa democrática. Nunca desaproveché un solo momento de aquellas campañas para proponer ideas, para entablar debates, para conocer la realidad y propiciar su transformación. Busqué contribuir a la formación política que toda campaña debe llevar, y traté de fomentar la amistad cívica, sin perjuicio de polemizar y disentir con los adversarios.
Mucho aprendí de aquellas candidaturas que me honré y me honro de haber asumido. También muchas veces voté por candidaturas testimoniales, cuando creí que merecían mi apoyo aquellas voces solitarias que, a pesar de las dificultades, se animaban a decir verdades incómodas o se negaban a sumarse al fácil éxito electoral.
Lo que jamás imaginé es que aquellas candidaturas testimoniales, que enriquecieron la política y la cultura argentina, podrían convertirse hoy en una estafa ciudadana. Que el testimonio de verdad y de justicia que aquellas encarnaban pudiera convertirse en este falso testimonio de los que dicen: “Quiero que me votes, pero no voy a estar en el lugar al que me propongo, porque en realidad estoy en otro lado y para otra cosa”.
Por eso propongo que desde hoy, cualquiera sea el destino de este baldón y agravio ciudadano, lo llamemos por su nombre verdadero: candidaturas falso-testimoniales. De esta manera recordaremos para siempre que esta insolente afrenta no merece llamarse testimonio, pues éste siempre esta asociado a la verdad. La mentira es el falso testimonio.
Una vez más se nos invita a deshonrar la palabra pública, y estas candidaturas falso-testimoniales, muchas o pocas, son y serán por siempre la más escandalosa afrenta a la ciudadanía.
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