Por Miguel A. Brevetta Rodriguez.
Los días de la Argentina en medio de un particular invierno, tienen las mismas características que se le atribuye al mes de agosto, atribulado por vientos contrarios imprevistos y cambiantes que no cesan en contagiarnos su mal humor. Números huecos informa la estadística, manipulada sin rubor. Nos muestran una pintura como propia, pero todos sabemos que no les corresponde porque el sello pertenece a otro autor.
La gente está en la calle azorada y desconcertada por tanto manoseo institucional. No se comprenden las idas y venidas de un gobierno que asume las características de un barco que gira sin sentido, sin norte ni rumbo cierto que nos lleve a presumir que de igual modo se podrá arribar a puerto seguro, sin ningún tipo de contingencias ni imprevistos antes de llegar a destino.
Nadie quiere hablar de la pobreza. Nadie quiere ser pobre. Nadie desde el poder quiere asumir que la pobreza crece, que nunca bajó sus índices y que se encuentra en plena propagación. Pero parece que duele más cuando la cachetada se la recibe desde afuera de parte de quien tiene la autoridad moral suficiente para aplicar medidas correctivas.
El mundo entero escuchó la prédica lanzada desde el Vaticano. ¿Dónde queda la Argentina? Se preguntaron muchos sin entender el verdadero significado de la sentencia papal. Es que Benedicto XVI escribió unas líneas que fueron réplicas de aseveraciones que ya habían hecho, aquí o en Roma, importantes prelados argentinos.
El "escándalo de la pobreza" o la "inequidad social" de la Argentina, según los términos usados por el Pontífice, son palabras que había usado mucho antes el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y jefe de la Iglesia argentina, ante el propio Papa en una visita ad limina a Roma (a los umbrales de los Apóstoles), al frente de una delegación de obispos argentinos.
Hace pocas semanas, el obispo de San Isidro y titular de la influyente Pastoral Social, Jorge Casaretto, denunció que la pobreza afectaba en la Argentina al 40 por ciento de la población. ” (1)
Fue una noticia que no se pudo esconder ni distorsionar ni manipulear. El mundo entero se informó por boca del Santo Padre que los índices de pobreza en nuestro país son alarmantes. Claro, no quedó otra que reconocer que hay pobres en la Argentina, pero no en la magnitud de la denuncia impetrada por la Iglesia Católica.
La respuesta -a tanta sinceridad- de parte de los que nos gobiernan no se hizo esperar. De inmediato se destinaron 600 millones de pesos para que los partidos de fútbol sean televisados por canales de aire. Y al día siguiente, a la hora del desayuno, se daba a conocer el incremento patrimonial en millones de pesos del matrimonio gobernante. ¿Qué tal? Por algo en el exterior nos miran con ojos extraños.
Si el escándalo del hambre se hubiera situado en países del África o en medios de algunas “republiquetas” que no justifican su razón de ser, el impacto de la noticia no habría desconcertado al mundo, pero la Republica Argentina -otrora granero del mundo- nunca debió atarse a una caída libre hacia un submundo al que nunca perteneció y al que los argentinos no queremos pertenecer.
Nadie se explica las causas por las que la pobreza, en un país que tiene toda la posibilidad de no ser pobre, además de estar ligada al negocio esencial de una vasta dirigencia, corre también el riesgo de pasar a ser una categoría mental de aceptación colectiva, como ha sido el caso de la corrupción.
Es asombroso el umbral de admisión que hemos desarrollado frente a esta última. No es que la corrupción no sea combatida porque no hay suficientes mecanismos institucionales para hacerlo. La evidencia funciona al revés: si no hay mecanismos institucionales de control efectivo es porque la sociedad sigue siendo indiferente al fenómeno. Lo más importante, teniendo en cuenta este antecedente, es que la pobreza no corra la misma suerte. Si la pobreza es funcional a la política, la pregunta que es necesario hacer es, después de tantos años de frustración, ¿si estos políticos no son secretamente funcionales a nosotros, el resto de la población? Porque ese sería finalmente el más poderoso circuito integrado, el mayor impedimento para la modificación de la realidad. (2)
¿Cómo es posible denunciar la existencia de una abrumadora pobreza en el seno de un país inmensamente rico? ¿Y que justamente quienes gobiernan ese país declaren públicamente un incremento patrimonial que raya en lo escandaloso? “Si es lícito y es legal, tal vez no sea ético, ni moral, ejercer funciones impropias para el beneficio del propio sustento de los que solamente debieran gobernar, sin ejercer ninguna otra actividad” (3) Y sin embargo parece que a pocos les interesa el estado de abandono e indiferencia en que se encuentran nuestras áreas de producción.
Debemos recordar que no hace mucho se tuvo que dejar de lado un desmedido “tarifazo”, impuesto por decreto a todos los argentinos. No lo hicieron por advertidos, ni porque se dieron cuenta que estaban cometiendo un grave error al confiscar los bolsillos de los más necesitados.
Pusieron la marcha atrás, cuando escucharon los primeros golpes de cacerolas, justo al frente de la residencia presidencial.
Fuente:
1- Un termómetro fiel de la situación social, por Joaquín Morales Sola, La Nación, 7/08/2009.-
2- El riesgo de aceptar la pobreza, por Enrique Valiente Noailles, La Nación 9/08/2008.
3- Ricos y Famosos: http://www.brevettarodriguez.com/politica.html#ricosfamosos
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