sábado, 25 de septiembre de 2010

+ Luis Alén

Roberto Azaretto
Luis Alén con Tulio Ortiz.
Lo conocía de nombre, en la tertulia semanal de Miguel Unamuno, uno de los grandes dirigentes del peronismo histórico, se lo mencionaba habitualmente, y cuando viajaba a Buenos Aires concurría, aunque yo estaba  en Mendoza en ocasión de sus visitas.
Cuando  vine a esta provincia para hacerme cargo del ministerio de Gobierno y Trabajo de la intervención federal, con la intención  de visitarlo para conocerlo y transmitir los saludos de sus amigos porteños, algunos de ellos vinculados a Forja y a las corrientes del  viejo revisionismo histórico. Insistió en concurrir a mi despacho, su generación tenía apego a las jerarquías formales, aunque  fueran circunstanciales.
Discrepaba con su corriente de pensamiento histórico, abrevo en otras fuentes, pero me  impresionó en su conversación y en sus libros y escritos, el  tremendo amor por su tierra y el dolor por la decadencia, sobre todo intelectual, de los que se creen clase dirigente.
Añoraba el Santiago del Estero de la Brasa, de Bernardo Canal Feijóo y Orestes Di Lullo, el de la tradición hispánica y católica y le dolían los ataques al pasado, promovidos por los que creen que la historia comenzó con ellos, hace seis o siete años.
Fue miembro de la Academia Nacional de la Historia, un lugar al que no entra cualquiera.
Con Luis Alén Lascano se ha ido un viejo argentino y un santiagueño raigal.

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