Por Soledad Gallego-Díaz, corresponsal de El País, de España, en Buenos Aires.
Cartel electoral de la Presidente argentina, Cristina Fernández. (Foto de EFE). |
Muy probablemente sea una presidenta reelecta y triunfante la que inaugure el 27 de octubre en Río Gallegos, la ciudad natal de su esposo, el mausoleo de casi tres metros de altura, en mármol, que recordará a Néstor Kirchner, convertido, cada día más, por sus seguidores en un nuevo mito peronista. Y muy probablemente también la campaña electoral sea el escenario de exaltación del kirchnerismo y de la figura del ex presidente, continuamente recordado en el discurso de Cristina Fernández y muy presente en la iconografia juvenil peronista, que le ha convertido en “Néstornauta”, a imitación del “Eternauta”, el cómic más famoso de la historia de Argentina. Ayer, en algunas calles de Buenos Aires era posible ver un cartel con la imagen del ex presidente y la leyenda: “Algún día los hijos de tus hijos preguntarán por él”.
Oposición dividida
A falta de poco más de tres semanas para la cita presidencial, el clima político argentino parece casi excesivamente apático, marcado por una especie de fatalidad y abulia, que rodea a la dividida oposición. Es cierto que los resultados de las elecciones primarias de agosto (en las que Cristina Fernández obtuvo 52% de los votos frente al 12% del radical Ricardo Alfonsín) no serán los mismos que los de las elecciones reales, pero aun así han sido capaces de desanimar a los más optimistas y de enfriar cualquier posible campaña.
El hecho es que, a punto de que arranque el periodo electoral, los grandes protagonistas de la vida política argentina son la Presidente y el kirchnerismo, un grupo político que ha logrado desde 2003 una formidable concentración de poder y el apoyo de amplios sectores sociales, incluido buena parte del mundo intelectual y del espectáculo. “Es la economía, estúpido”, invocan muchos comentaristas, para quienes la recuperación del país tras la terrible crisis del corralito en 2001, apoyada en un boom del precio de las exportaciones agrícolas y materias primas y una política con ribetes claramente proteccionistas, ha permitido un crecimiento continuado y alentado un fuerte consumo. Ese crecimiento, unido a un mayor reparto social y a una renovada política de persecución de los responsables de los peores crímenes de la dictadura militar de los ochenta, son las señas de identidad kirchnerista y las banderas que sigue enarbolando Cristina Fernández. Los sondeos demuestran que tienen éxito, pese a los escándalos que han rodeado también su presidencia como el lavado de dinero de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, el aumento de la fortuna familiar o el procesamiento por corrupción de significados funcionarios, como el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime.
El legado de Néstor
Néstor Kirchner, que murió de un infarto a los 61 años, fue un político polémico, al que se le reconoce generalmente una gran virtud, reconstruir el Estado, extraordinariamente debilitado tras el periodo ultraliberal del también peronista Carlos Menem y de la feroz crisis económica de 2001, pero al que se le reprochan un carácter nada dialogante, la devaluación de las instituciones, el manejo descaradamente partidista de los medios de comunicación públicos y una concentración desmedida de poder. Su esposa, que llegó a la jefatura del Estado con un mensaje más integrador, ha desarrollado un mandato caracterizado, sin embargo, por los mismos rasgos, positivos y negativos. Solo en los últimos meses, de cara a la nueva cita electoral y cuando ya está clara su victoria, Cristina Fernández ha vuelto a apelar al diálogo y a la concertación. La mayoría de la oposición no cree, sin embargo, que salvo algunas correcciones obligadas en el campo de la economía (dependiente de Brasil y de China), su nuevo mandato signifique cambios sustanciales en el kirchnerismo ni mejore la calidad institucional de la democracia argentina. Más bien, lo que la oposición política deja traslucir es miedo a sus cien primeros días.
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