Hay
peronistas que dicen que el kirchnerismo no es peronista. Pero ser hoy
peronista es no ser nada. O ser todo. Cualquiera que lo desee puede ser
peronista sin cambiar ninguna de las ideas que tenía antes de serlo, tanto que
incluso quienes no son peronistas también lo son, aun sin saberlo ni quererlo.
Mientras
vivía Perón ser peronista era simplemente seguir a Perón y si los que lo
seguían se mataban ideológicamente (y hasta físicamente) entre ellos, aun así
los unía su supuesta fidelidad al único conductor. Pero muerto Perón, quien
siguió siendo o se hizo peronista y se bancó ser “herminio-iglesista” en 1983,
“socialdemócrata-renovador” en 1987, “neoliberal-menemista” en los años 90, “conservador-duhaldista”
en 2002 y “neopopulista-setentista” a partir de 2003, es un extraterrestre
capaz de conciliar o sintetizar lo que ninguna mente humana permite o es un
oportunista que acepta cualquier cosa con tal de seguir siendo peronista. Como
Menem, que fue el primer isabelista, el primer renovador, el primer menemista y
ahora, aunque no fue el primero, se terminó haciendo también kirchnerista.
El
kirchnerismo, cuya primera verdad doctrinaria es la de ser anti-menemista,
acepta que Menen vaya en las listas K.
El
kirchnerismo, o sea la etapa contemporánea de ese oxímoron que es el peronismo
(oxímoron en latín quiere decir “contradictio in terminis” y en castellano “usar
dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión que genera un tercer
concepto”) también tiene vertientes internas contradictorias, de las que aquí
citaremos cuatro, pero seguramente hay cien más.
La
más excéntrica variante del kirchnerismo es la que divide a nestoristas de
cristinistas. Su máximo defensor es Alberto Fernández, quien sostiene que
Cristina está haciendo lo contrario de lo que hacía Néstor. Pero eso lo dice
porque Néstor no puede responderle, ya que si renaciera apoyaría a Cristina, le
criticaría alguna pavada, pero en lo esencial la aplaudiría. Al fin y al cabo
los principales enemigos de Cristina (Scioli, Moyano, Clarín, el campo, la
clase media), se los inventó Néstor. Entre los viudos de Néstor y su propia
viuda, Néstor siempre elegiría a su viuda.
Otros
dos sectores
“El estilo” político de los que influencian a la presidente Cristina Fernández de Kirchner. |
Otra
vertiente es la “kirchnerista republicana”. La que defiende el honesto,
inteligente, serio y K por convicción Mario Wainfeld (periodista de Página 12)
quien reprocha a la Afip de Echegaray que aplique con absoluta torpeza una para
él buena medida como es la limitación de comprar dólares. Él se enoja que los
dólares se den o se nieguen arbitrariamente porque “el Estado republicano fija
sus reglas por escrito”. Pero Wainfeld se equivoca porque en medidas como ésas
la falta de normas no es un error de aplicación sino su única aplicación
posible. Aún así, lo rescatable de Wainfeld es que él cree que el kirchnerismo
no es contradictorio con las instituciones republicanas sino su ampliación. Una
república más plena y democrática que la que teníamos antes del kirchnerismo.
Otro
sector, el más ideologizado, no quiere mejorar la república constitucional sino
cambiarla por otra. Allí militan Ernesto Laclau, Axel Kicillof y Horacio
Verbitsky. Aun en contra ideológicamente de ellos, la escritora Beatriz Sarlo
les dice que “si ella fuera kirchnerista estaría pensando en un cambio de
sistema político”. Con lo que les sugiere que dentro del sistema constitucional
que hoy tenemos, lo que pretende este
kirchnerismo ideologizado llevará a contradicciones insolubles. Por eso si el
kirchnerismo quiere hacer su revolución que intente hacerla en vez de meramente
decirla y de despotricar contra los que no la comparten.
Finalmente
está la vertiente que expresa Guillermo Moreno y la AFIP de Echegaray.
Ellos
no están con la república constitucional ni con la república ampliada ni con la
república revolucionaria. Ellos en lo que creen es en ninguna república; en
cambiar las reglas de acuerdo a lo que les convenga o les venga en gana. O sea,
la ley es lo que dice la persona que manda, aunque hoy diga una cosa y mañana
lo contrario.
Hoy,
la Presidenta está muchísimo más cerca de esta última versión que de ninguna
otra.
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