Juan Manuel Aragón, de la revista El punto y la coma
¿Qué queda después de la polvareda?, es lo que cabría preguntarse a unos cuantos días de haberse iniciado una feroz polémica en Santiago por el fallo de un jurado o comisión que dictaminó que aquí no hay escritores. Mejor dicho, sí hay, lo que en todo caso faltaría son buenos escritores. La primera respuesta sería ¿cómo lo saben?
Ser escritor de provincias no es fácil. Primero hay que conseguir un trabajo que deje tiempo para escribir. Después de comprar o pedir prestada una computadora o una máquina de escribir, hay que ponerse a la tarea. Supongamos que ya terminó, que tiene listos los originales. Entonces viene lo peor, debe conseguirse un diagramador que le diseñe el libro, la tapa y la contratapa. Antes de eso debió lidiar para que algún amigo aceptara –por favor- la desagradable tarea de corregirlo, porque al mejor cazador se le escapa la liebre. No olvidarse de la inscripción en el Registro de la Propiedad
Intelectual.
Una vez que se tiene todo esto falta el dinero para la impresión. ¿Todo ha terminado? No, seguirá con su periplo durante un tiempo más. Debe organizar la presentación, que incluye un micrófono y un parlante por lo menos, el alquiler o el préstamo de un local, el pago de algún bocadito y algo de beber para la gente que lo acompañará y, si puede, que algún músico amigo le haga el favor de tocar algo a los postres. Con suerte, con mucha suerte, esa noche venderá unos cien ejemplares, que firmará religiosamente.
Pero, ¿ya está? No, falta. Debe entregar unos cuantos ejemplares a las cuatro o cinco buenas librerías de Santiago y llevarlos también a la distribuidora de revistas de la calle La Plata. Pregunta: ¿Terminó el trabajo? Lo lamento, el camino es un poquito más largo de lo que se imaginaba, así que sigamos.
Esperará largos años a ver si se venden sus libros porque tenía la idea de imprimir el segundo con lo que recaudara del primero y así sucesivamente. Al comienzo irá a las librerías todos las semanas a preguntar si hay novedades, si ya vendieron sus libros, le dirán que no, que las ventas estàn pesadas, desé una vueltita el mes que viene. Después irá espaciando sus visitas y al final ni sabrá –ni le importará- si alguien los compró o no.
Considerará que ha tirado un poco de dinero a la basura, pero que lo hizo porque consideraba que su obra merecía estar en las bibliotecas de los santiagueños.
Eso sucede con la mayoría de los escritores locales. Guillermo Pinto, Carlos Virgilio Zurita, Alfonso Nassif, Carlos Artayer, Mónica Maud, Julio Carreras, Raúl Lima, Alberto Tasso, Eduardo Maidana, Jorge Rosenberg, Julio César Salgado, Dante Cayetano Florentino, Felipe Rojas, Carlos Figueroa, Ricardo Aznárez, Belén Cianferoni, Amalia Beatriz Domínguez, Antonio Cruz, José Andrés Rivas, Hebe Luz Ávila, Raúl Dárgoltz, entre otros muchos autores vivos, se destacan por encima del resto, brillan con luz propia, son reconocidos como esclarecidos poetas, cuentistas, novelistas, ensayistas o dramaturgos no solamente en la provincia, sino en otros lugares de la Argentina y aún en el extranjero. Pero la mayoría se costea los libros de su propio bolsillo. La mayoría ha pasado por el calvario de editarlos por su cuenta y riesgo.
Lo grave es que la comisión que examinó algunos libros editados en este último tiempo, tuvo gruesos errores de redacción en su documento. Tomemos un párrafo cualquiera para analizarlo. El que dice "con preocupación, esta Comisión de Lectura ha debido dejar de lado 15 (quince) de 19 (diecinueve) publicaciones examinadas.
Es decir: casi un 80 % de las mismas." Vamos por partes. Poner entre paréntesis en letras lo que ya se puso en números es abusar de la paciencia de los lectores, tomarlos por tontos, como decirles "como ustedes no saben los números, se los decimos en letras, a ver si entienden, burros"; pero vaya y pase, es un error que se comete en la burocracia, a la que son afectos quienes no son escritores profesionales. Teclear el signo "%", en vez de redactar la palabra "por ciento", denota mal gusto de quienes lo escribieron, es traer una convención desde la matemática sólo porque existe la tecla en la máquina .
Y cualquier estudiante de secundario sabe que escribir "el mismo", "la misma", es ignorar que existe el sujeto tácito, además de ser técnicamente un idiotismo literario. Pero explicar qué es un idiotismo literario a quien seguramente no leyó más que el Patoruzú en toda su vida debe ser tarea ardua, a la que renunciamos.
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