Por el ingeniero industrial Carlos David
Día tras día hablamos que la corrupción está instalada en el gobierno haciendo referencia a funcionarios supuestamente corruptos y a hechos de corrupción, como el de la municipalidad de nuestra ciudad, con Julio Alegre a la cabeza, como el de Infraestructura Escolar o los que muy pronto, no se si antes o después de la próxima elección, se conocerán: Vialidad, subsecretaria de Deportes, porcentajes sobre certificados de obra y de licitaciones y muchos otros más.
Olfateamos la descomposición del tejido gubernamental, lo que implica, por definición, que seria un cuerpo corrupto. Pero ¿cómo identificamos un acto de corrupción?
En primer lugar, un acto de corrupción no identifica a un corrupto. Todos, en mayor o menor medida, hemos sido autores, por acción u omisión, de un acto tendiente a corromper un sistema. Quién más o quién menos ha pasado un semáforo en rojo vulnerando la ley de tránsito. Transgredir una norma circunstancialmente no nos hace corruptos. Menos aún cuando reconocemos esa falta y tratamos de reparar el daño si lo hubo.
Pero si cometer un acto de corrupción no nos hace corrupto, ¿cómo identifico a un corrupto? ¿Qué lo caracteriza? ¿Cómo es su perfil? Veamos. En primer lugar, el corrupto no se identifica como corrupto. La persistencia de su actitud es tal que no advierte la gravedad del mal. El repetir una y otra vez actos de corrupción anestesia su conciencia.
Hay todo un camino que comienza con un acto corrupto, por ejemplo, un funcionario que se queda con un vuelto, y poco a poco va admitiendo como natural esa acción, renunciando a la actitud moral una y otra vez. Como la corrupción debe ser enmascarada, el corrupto aparenta lo que no es: veleidoso, narcisista, superficial y acomodaticio. Vale reiterarlo: aparenta lo que no se es. Emplea un camuflaje que le da pingüe ganancia en círculos de poder y sonríe para “la gilada”, ya que siempre se considera mejor que los demás.
“Si él lo hace ¿por qué yo no? Después de todo no soy ningún delincuente. No mato a nadie!”.
Para terminar, me permito sugerir la lectura de “Corrupción y pecado” del cardenal Jorge Bergoglio (edición. Claretiana) del que transcribo un párrafo esclarecedor: “La corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir”. Entonces me pregunto ¿Qué tan acostumbrados estamos?
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