Por Roberto Azaretto
En todo el país se sigue el estallido del caso Alegre. Los detalles del mismo impresionan a muchos; más las descripción de algunos de sus bienes suntuarios como los trajes, la colección de relojes o los placares de su guardarropa.
Se tiene la impresión que se está ante alguien que encima no sabe delinquir, deja huellas y muestra lo que tiene.
¡Que mal se siente Gerardo. Nunca pensó que Alegre iba a ser esto!, susurran algunos de sus funcionarios en fiestas familiares.
¡Por favor! Al menos no ofendan la inteligencia del pueblo ni de Santiago del Estero ni del país.
Esto es propio de un sistema político que se ha degradado, donde cualquiera puede ser cualquier cosa. Bandas de desconocidos, sin mérito alguno, salvo la de contar chismes en los comités y unidades básicas. A eso le llaman militancia. Asaltan las posiciones más altas para las que no están capacitados y toman el poder para servirse de él como vía de un presunto ascenso social.
A eso le llaman “clase política”. Dos palabras que juntas califican al grupo de ineptos, educados a medias, robadores que se enquistan en los gobiernos. Encima, algunos han logrado, gracias a la decadencia de las universidades, títulos de grado. Son los peores porque tienen la soberbia de los educados a medias que describía Alberdi, o de los mediocres a los que aludía José Ingenieros.
EL gobernador sabía todo. No sólo porque Alegre no ocultó nada. El ex intendente se comportó malísimamente, tanto que su conducta hace recordar a ese paraguayo (apellidado Negrete) que sacó varios millones de dólares en el Prode, dejó a la mujer y, en pocos años, volvió a un rancho en su tierra pobre y olvidado.
El problema es el sistema perverso, copiado del modelo kirchnerista, de acumulación de poder y, sobre todo, de caja. Y el responsable local es Gerardo Zamora, con sus jueces adictos, con una Legislatura de serviles reclutados en el servicio doméstico y en las privadas de los funcionarios, con algunas excepciones que deberían reaccionar y terminar con las “complicidades” de la autodenominada clase política que parece un grupo mafioso con sus códigos y secretos.
El sistema tiene sus cómplices en el sector privado, como la lista de proveedores del Estado, contratistas de obras públicas, algunos de los cuales llegan a la Nación porque el gobernador a su vez forma parte del esquema del arquitecto de Julio Vido, el funcionario orquesta que ha destruido los sistemas de transporte y la energía en el país, y maneja la gran corrupción,
Para completar el cuadro, una red de pasquines alimentados desde el poder, a cargo de sujetos despreciables, mercenarios pilla monedas que aplauden al que un día les tira una limosna y, al día siguiente, lo agravian cuando no perciben el cospel que alimenta la cadena extorsiva de los canallas, maniáticos a órdenes de los resentidos sociales que nos gobiernan.
Al juez Gustavo Herrera le decimos que las diligencias por el caso Alegre tienen que profundizarse y extenderse hacia los costados y para arriba y abajo. O ¿el nuevo intendente no sabia nada? y, ¿los concejales, el gabinete municipal y provincial?
Juez, mire bien arriba y, de paso, no olvide el caso Domínguez, porque todos lo estamos mirando.
También la justicia provincial que eche una pirada hacia los políticos de Añatuya que parecen mudos, sordos y ciegos ante las mafias locales, que roban niños y mujeres para la trata de personas.
Por último, ¿por qué ingresó tanta plata a Santiago y la provincia tiene problemas graves como los bajos índices educativos, la indigencia, la desnutrición, la crisis hospitalaria, la escasez de agua potable?.
Sencillo, porque la combinación de ineptitud y corrupción es letal para los pueblos.
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