Por Pilar Rahola, de La Vanguardia, de España.
¡Qué fatiga de personaje! Pero toca hablar de él, especialmente ahora que alguna cosa pasa en el buen sentido, ese tan desaparecido en la Italia de los últimos tiempos. Puede que Berlusconi haya llegado al fin de su delirante carrera hacia el abuso, el histrionismo, la mala educación, el machismo, el autoritarismo y la pura falta de vergüenza.
Finalmente, la Italia que palpitaba debajo de esa Italia que decidió desaparecer de la historia ha conseguido lo imposible: que el padre padrone de la política italiana pisara un juzgado. Si Al Capone acabó ante un tribunal por no pagar impuestos, parece que don Silvio acabará en lo mismo por sus repugnantes líos de faldas. Es decir, se las ven con la justicia por la puerta de atrás, lo cual importa poco, porque, al fin y al cabo, es una puerta. Sin embargo, el camino ha estado tan plagado de escándalos, especialmente vinculados al uso abusivo del poder político y mediático para presionar, asustar y controlar a los otros poderes del Estado, que Italia llega casi exhausta, casi derrotada ante su propia mirada. ¿Qué le pasó a ese gran país, exportador de cultura, arte y pensamiento, capaz de aunar una dinámica sociedad civil con una notable intelectualidad crítica? Los más conocedores aseguran que fue la suma de dos derrotas: la primera, la larga, insufrible derrota de una Democracia Cristiana que dominó la sociedad italiana cual partido y pensamiento único, y que protagonizó un largo periodo salpicado de corrupción, abuso y amistades peligrosas. Después llegó la esperanza blanca de la izquierda, que tardó poco en ser un muñeco roto, incapaz de superar sus líos internos, su frivolidad gestora y su debilidad estructural. Y con los fracasos de los grandes bloques ideológicos, llegó Berlusconi, el hombre sin ideología, el gran gestor, el tipo que triunfaba en los negocios y reinaba en las camas, encarnando el sueño de miles de machos alfa que habitaban en el subconsciente de la Italia oficial.
Berlusconi era el triunfador, el self made man, cuyos caminos torcidos para llegar al éxito no impedían despertar un aplauso colectivo. Al final, en una sociedad acomplejada, el triunfador no necesita hacerse perdonar su biografía. Pero todos los personajes vacuos corren el riesgo de transmudarse en su propia caricatura, y a medida que avanzaba el bótox en su piel apergaminada, también lo hacía en las dos zonas presumiblemente más activas de su organismo: su lengua y su bragueta. Y así ha sido como el émulo de Chávez a la italiana ha pasado de aprendiz de autócrata a ser, sencillamente, un muñeco de guiñol. Su posado de viejo verde rodeado de jovencitas y su necesidad patológica de encarnar al macho jurásico sólo han acelerado su carrera hacia la nada. Y eso es lo más patético de su legado: que al final no indigna por abusivo y autoritario. Indigna por esperpéntico y ridículo.
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