Rogelio Alaniz, del diario El Litoral de Santa Fe.
Cristina, feliz a la hora de los festejos, frente a una oposición disgregada. |
Puede que en la Argentina el hegemonismo y su manifestación, el caudillo, sean producto de contextos sociales y políticos precisos que responden a tradiciones históricas fuertes, pero, si bien a las condiciones estructurales se las califica como el producto de condiciones que operan al margen de la voluntad de los individuos, una reflexión más amplia debería incluir en el análisis el componente subjetivo. Esto quiere decir que las estructuras tienen su peso, gravitan, pero ellas mismas incluyen una voluntad de poder que interviene en la historia y la modela.
El hegemonismo, desde este punto de vista, sería también el resultado de una decisión, pero al mismo tiempo esta voluntad de poder ha podido consolidarse porque lo que ha fallado es la voluntad de poder de la oposición, sus visibles errores y torpezas que en más de un caso parecen ser funcionales a la supuesta vocación hegemónica del peronismo.
Con esto quiero decir, entonces, que la victoria del kirchnerismo no es el producto de la fatalidad, sino la consecuencia de aciertos, por un lado, y errores, por el otro. Dicho con otras palabras; lo sucedido no se lo debe atribuir exclusivamente a implacables leyes históricas, sino a la acción previsible e imprevisible de la política. Hace ocho o nueve años -mi memoria no es infalible- la señora Chiche Duhalde dijo que el peronismo era efectivamente hegemónico, pero no era justo atribuirle la responsabilidad de esa culpa. Lo decía con un discreto tono irónico, como dando a entender que disfrutaba de una situación que colocaba al peronismo en un lugar deseable sin pagar por ello ninguna consecuencia.
Hoy no sé si la señora de Duhalde insistiría en esa consideración pero, más allá de sus vacilaciones actuales, no deja de ser interesante pensar que hoy la vocación hegemónica del peronismo dependería más de los errores de la oposición que de los aciertos o de la voluntad de poder del peronismo. Contemplada la realidad desde esta perspectiva, correspondería decir que el peronismo no es culpable de hacer lo que todo partido político debe hacer: conquistar el poder y mantenerlo. Como se dice en estos casos, si Unión le ganó a Colón dos a cero no se le puede reprochar a los “tates” que hayan hecho los goles. O si Monzón nockeó a Benvenutti, el italiano no puede enojarse porque su rival haya hecho bien aquello para lo cual se había preparado.
Es verdad que la concentración de la decisión política en un exclusivo centro de poder, el manejo discrecional de los recursos económicos y, como consecuencia de todo ello, el control social a través de subsidios, la seducción a los sindicalistas y el financiamiento a lo que se conoce como el “capitalismo de amigos”, crea condiciones favorables para conquistar una significativa mayoría sobre la base de una oposición deshilachada e impotente.
A este panorama un tanto desolador para la oposición, habría que agregarle que uno de los datos distintivos del siglo XXI es la crisis de los partidos políticos tal como funcionaron y los entendimos hasta ahora, crisis que se expresa en su incapacidad para asumirse como proyecto colectivo con voluntad nacional. Indagar sobre las causas de esta crisis excede las posibilidades de esta nota, pero estimo que no hace falta abundar en datos y testimonios para registrar la presencia de la crisis. El problema se agrava porque los partidos manifiestan señales visibles de agotamiento, pero no se observa en el horizonte alternativas superadoras.
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