Por Sergio Sinay, diario La Nación de Buenos Aires.
Nunca me sentí conectado, ni emocional ni estéticamente, con las canciones de Fito Páez. Siempre me parecieron ajenas y rebuscadas, tanto como su voz. Pero en ningún momento sentí asco por quienes se conmueven con ellas y siguen al cantautor.Jamás entendí lo que dicen y escriben Ricardo Forster y Horacio González. No digo que no estoy de acuerdo con ellos. Digo que no entiendo esos galimatías del pensamiento, de la escritura y del discurso que terminan por oscurecer la palabra y desvirtuar su función de comunicar. Pero no siento asco por quienes aprueban sus textos y su oratoria, ni los llamaría fascistas.
Hace rato que, si puedo, evito leer o escuchar lo que dice un jefe de gabinete nacional que cobra un sueldo (deducido de nuestros impuestos y aportes) para ofender e insultar a quien se le cruce. Pero no cuestiono su identidad.
Soy uno entre el 73% de ciudadanos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que no votó por Daniel Filmus. Tampoco voté por Mauricio Macri. No siento asco por el otro 27%. Sufro, como ellos, por notorias deficiencias en la gestión de una ciudad sucia, con espacios públicos degradados, injusticias sociales, un tránsito desquiciado, pacientes que en los hospitales neuropsiquiátricos no son tratados como seres humanos y otras lacras cotidianas. Hace cuatro años me sentí insultado por el candidato Filmus, que justificó su derrota de entonces diciendo que sólo lo habían votado los que piensan (yo no lo voté tampoco en aquel momento y jamás votaría a un ex ministro de Educación capaz de semejante discriminación, independientemente de su filiación política). Hoy me siento otra vez insultado, como tantos ciudadanos que escuché y con los que hablé, por los actos intolerantes de Páez, Forster, González, el jefe de Gabinete y otros que parecen haber olvidado, si alguna vez lo supieron, que la democracia no es la imposición de una mayoría sino la articulación de minorías. Porque, gracias a Dios, somos todos miembros de minorías.
Tiemblo al pensar cómo sería una ciudad gobernada por personas con este tipo de pensamiento. Una ciudad de obediencias debidas, donde para quien pensara diferente no habría, acaso, ni respeto ni justicia. Y al escucharlos les agradezco, porque me ayudan a confirmar que, más allá, de los resultados, voté bien. No es poca cosa, ya que cada vez que se emite un voto, también la duda va en el sobre.
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