Por Eduardo J. Maidana.
Sería un atrevimiento omitir que a don Alejandro Katz y al diario La Nación del martes 4 de septiembre les debemos una clara definición del kirchnerismo, pero creo que su definición cabe en otra más genérica: el populismo, que los cientistas de mediados del siglo pasado en adelante hallaron parte integrante de lo que estudiaron como “religiones seculares”.
Cuyos claros inicios se ven en la década de 1910 en el movimiento cívico inspirado por don Hipólito Yrigoyen cuyos miembros se llamaron “correligionarios”, de la misma religión, devotos de la Causa Moral Regeneradora que debía suprimir “al régimen falaz y descreído”, luego era entre “nosotros”, los buenos, y “ellos”, los malos, “los justos” y “los réprobos”. Pese al absolutismo místico, no se abjuró de la cultura hispano-criolla y los fundamentos del feriado del 12 de octubre lo documentan.
En el peronismo, si bien los “correligionarios” se trasmutan en los “compañeros”, se potenció la adhesión a la “doctrina” y su “ortodoxia” exclusiva del sumo sacerdote Perón, así como su exégesis y el discernir los premios y castigos, doctrina nacional justicialista elevada a rango institucional. Liturgia y ritos de estudiada monumentalidad, que culminan en la peregrinación masiva a la Plaza de Mayo. Libreto y ornamentación de los espacios que según Emilio Gentile en “El culto del littorio” Mussolini le pidió a Stalin. Perón redujo el partido a instrumento del movimiento religioso que pontificaba; pero tampoco prescindió de anclar en la vieja cultura, salvo al final de 1954/55 al enfrentar a la Iglesia Católica, que, nada más que siendo tal, ya era su límite.
El militarismo político que impuso la candidatura de Sarmiento y Avellaneda, saltó de su latencia, algo más que larval a partir de alistarse con Julio Roca; y ya como aliado del poder de 1943 a 1976, en el cauce populista al asumirse el “partido gobernante” y por encarnar el ser nacional síntesis de nuestra cultura y pensamiento único se imaginó rector por veinte años, sin romper con el peronismo; ni el partido militar, ni el sindicalismo descuidaron viejos puentes. Fueron derrotados en 1983. Para Sergio Labourdette acabó medio siglo del círculo vicioso golpe-peronismo. Pero no el vínculo.
Lo que Max Weber - citado por Labourdette- llama la “rutinización del carisma”, que sería la sustitución superadora de la conducción personalizada por la institución-partido y su organización, nunca cuajó. La ausencia y vejez de Perón abrió una brecha que la impaciencia juvenil usó de atajo y de su mano, el aquí mínimo y afuera decadente, ya en su tramo final, marxismo soviético, con la guerrilla que primero fue trosko, planteó al populismo el desafío definitivo: asumir la cosmovisión y teología de la herejía que como religión secular los cientistas dijeron que era el marxismo.
Religión secular más que no-política antipolítica lanzada en batalla sin cuartel contra la vieja cultura argentina, causa (y religión, digo) “que muchos militantes (guerrilleros) de los setenta viejos y derrotados, no se resignaron a enterrar”, dice Katz.
En “Los deseos imaginarios del peronismo” escrito en 1982 y editado diez años después con rectificaciones y cambios, J. J. Sebreli califica a la guerrilla de fascismo que en los montos y aunque menos en el ERP, lo comandaban grupos minoritarios de clase alta y media. Y sobre el auge psicoanalítico de esa época dice: “analizan los olvidos del neurótico como productos de la censura interna, pero no se advierte la falta de memoria histórica de la sociedad argentina que rechaza las experiencias desagradables, negando la realidad, censurándolas”.
“Militancias” de “La Cámpora
Afiche en Tandil, Buenos Aires. |
Pero la sociedad se estremece de miedo y rabia y al escapar del relato oficial, recuerda las camas vacías y resangra por lo sufrido, asociándolo al desembarco camporista en las escuelas, hasta hoy defendiéndose del activismo partidista que en las universidades es causa principal de su decadencia. Curioso, pero el laicismo que expulsó la sola idea de Dios de las aulas por una neutralidad que blindara las paz, por el utilitarismo electoral entregaría a los dioses menos piadosos del populismo lo que llamó “templos del saber”.
Además, al desperezarse el olvido rescata que el marxismo y el nacional socialismo peronista en la guerrilla se quintaesenciaron como religiones seculares para reclamar la vida y la muerte de ajenos y propios, acatando ciegamente a comandantes iluminados que hoy “viejos y derrotados no se resignaron a enterrar” (Katz); y resultan maliciados de los delirios mesiánicos contra los que los padres – obligan a recordarnos - lucharon para que no se lleven a la muerte a sus hijos, preguntándose: ¿ ahora buscan reclutar desde el poder a nuestros nietos cuando vuelvan de disneilandya con un globo en la mano para hacerlos nuevos “militantes” de un informe y fracasado credo reciclado?
No teniendo aún la madurez de entendederas y las condiciones de tiempo, voluntad y medios para discernir la opción de una afiliación política, entonces ¿de la fiestita barrial o del viaje a Disney, es decir medio púberes y cuasi adolescentes, de los 15 a los 16 años, como en un juego perverso pasarán a milicianos bajo una bandera facciosa y consignas kirchneristas de duro verticalismo a militar para una religión secular, que según la escenografía icónica que se usa preside el Nestornauta desde la eternidad y aquí entre jaquecas y lipotimias Ella administra inapelable e inquisitorial desde el atril?
Duele y angustia porque la vida no es un comics; salvo que aceptemos que el comics se pretenda como la vida. En la que dolorosamente se desintegra en su corrupción, sin gloria y al costo de infinitas penas el populismo, el que, agravándose según pasan los años, lastra nuestra decadencia desde hace un siglo rumbo a un abismo, se teme final.
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