Por Sergio Sinay.
Que las diferencias no se tomen como insultos y las similitudes no se conviertan en complicidades.
Que consumir no sea el único proyecto colectivo.
Que ser mujer no signifique ser una pieza de caza, depósito de resentimientos, receptáculo de prejuicios ni un objeto de uso.
Que ser hombre signifique amar, cuidar, nutrir, aceptar, compartir, pedir, dudar, intuir, conmoverse y no solo competir, imponer, decidir, forzar, primerear, discriminar.
Que la corrupción nos indigne.
Que el autoritarismo nos ofenda.
Que la mentira nos agravie.
Que corrupción, autoritarismo y mentira no nos encuentren callados y distraídos en el shopping.
Que haya más actitudes morales y menos militancia de ocasión.
Que la gratitud sea una sana epidemia.
Que la perversión y la hipocresía no vuelvan a ser (dentro y fuera de la pantalla) las estrellas que bailan por un sueño de horror.
Que el bolsillo y la tarjeta dejen de ser más importantes que el corazón y el cerebro.
Que haya más comunicación y menos conexión.
Que tengamos más tiempo para las personas que para los artefactos.
Que recuperemos el poder y la belleza de la palabra, que la honremos en lugar de destruirla.
Que nuestros pensamientos tengan más profundidad y riqueza que 140 caracteres.
Que los padres tengan más tiempo para sus hijos que para sus negocios.
Que la democracia no sea la imposición de mayorías oportunistas sino la articulación de las minorías que forman el conjunto social.
Que haya justicia para todos y no meros fallos funcionales al poder político o económico.
Que haya respeto, alimento, consideración y escucha para todos.
Que el Congreso vuelva a ser la cuna de leyes funcionales, necesarias y a veces sabias, y no el aguantadero de un puñado de serviles.
Que no confundamos una vida de calidad, con calidad de vida en 3, 6 o 12 cuotas.
Que al final de 2012 cada uno de nosotros haya dejado el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos.
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