domingo, 1 de marzo de 2009

El nuevo racismo, ¿llegó?


Por Eduardo José Maidana

Una completa recapacitación de nuestro columnista acerca del racismo, a partir del caso del obispo ultraconservador Richard Williamson que niega el Holocausto, al poner en duda la existencia de las cámaras de gas en los campos de exterminio nazis.

Por un amigo leí a Jean Claude Milner (1) quien recuerda de Lacan: “el racismo tiene porvenir”, y agrega “pero, mal que les pese a las organizaciones anti-racistas, el racismo del que habla Lacan no es del que ellas se ocupan”, y en esta secuencia de vaticinios vuelve a Weber cuando en 1917 preanunció el “desencanto del mundo.”

Hablábamos de la negación del holocausto: de un periodista inglés, un cura italiano, un alemán preso por ello y ahora un inglés obispo católico, todos cultos, ¿por qué?, y tras recordar que Eishsenhover ordenó que maestros y alumnos alemanes recorran los campos de exterminio para que no sean negados, terminamos en los libros de Milner.

Sería -o es- lo mismo que negar la caída del muro de Berlín y lo que había detrás: lo valioso a rescatar del marxismo (Juan Pablo II dixi); y lo otro, el autismo consecuente a la negación del fracaso. Poco avancé en la búsqueda de respuestas, pero avancé: por ejemplo que negar la historia es un modo de rehacerla o de borrarla. Y, de paso, aprendí lo que paso a comentarles.

Milner sostiene que la persistencia del nombre de judío reside en lo que denomina la “cuatriplicidad” formada por: masculino, femenino, padres, hijos. Dicho de otro modo: hombre, mujer, padres, hijos, “que la humanidad del futuro debe vaciar por completo de sentido.” El anti-racismo sería la deshumanización de los cuatro términos separados y relacionados, y esto, creo, la deshumanización en general, tiene categoría de evidencia.

Así se cortaría la cadena “de generación en generación” y el “¿qué le diré a mi hijo?”, que define las tres actitudes que, dice, tiene el judío: afirmación (yo soy), interrogación (¿qué soy?, y negación. Y, no es atrevido pasar las preguntas al universo cristiano, y al que tiene por eje el ateísmo o agnosticismo en la particular cosmovisión de cada uno.

Para ese vaciamiento en marcha acude la ciencia y la técnica, que hoy puede reemplazar casi todo: al padre, a la madre, a la unión de ambos y disponer sobre el hijo: desde su engendro, nacimiento y muerte. Para este remate, del ser humano superfluo, se oponen pactos internacionales, constituciones y leyes, pero, obviarlas, pareciera fácil, sólo con un juez que ordene y un médico que ejecute. ¿Puede uno ordenar? y ¿debe el otro obedecer?

La cuestión nos atañe: ¿no es reponer la derogada “ley de obediencia debida” que los militares imputados alegaron, ínsita a la profesión para la guerra, y que las leyes del Estado, pese a la verticalidad, derogaron por ilegales y de nulidad moral absoluta?

Max Weber, en 1917, recuerda Milner, resumió la disyunción entre los sujetos y el objeto del saber, que desde lo inmemorial venían “relacionados.” Vínculo “relacional” en el que el objeto (o materia) exigía al enseñante el respaldo de su conducta que debía ser acorde con la jerarquía de lo que enseñaba. Por eso se le llamaba maestro. Entre el alumno y el maestro se tejía un universo de ideas, imágenes, sensaciones, sentimientos, intuiciones, afectos y que-se-yo cuánto más hay.

Que al suprimirse, dejó un hueco, que, dijo, era llenado por el “materialismo” o “la ciencia sin conciencia” o cualquier cosa; hoy, digo, la ideología o el lucro feroz,

Entonces le brotó aquello del “mundo desencantado”. El erial reemplazaba lo humano. El encanto del misterio que es todo hombre, el de la inocencia, la capacidad de asombro, la sorpresa: la perplejidad renovada ante el amor (matrimonio, familia, el hijo soñado y esperado), la frescura de la Vida, en suma, en ese 1917, ya marchaban al ostracismo. El progreso empezaba a ser caro.

De la ciencia, en el castillo fortificado de cada especialidad, se irguió un absoluto imperando sobre la Vida. Pero, hoy el Absoluto ilimitado es la Sociedad, afirma Milner. Y, para mí, la novedad sabe a descubrimiento. La experiencia lo confirma: sus pautas mandan sin límites. Es un tema denso para reflexionar aquí. La sociedad con conflictos cuyas soluciones encomienda al político, el que, al no resolverlos, se devalúa, y, solo, sin instituciones sólidas queda al arbitrio del humor, el desencanto y la bronca social.

Para sintonizar con el Absoluto de la sociedad ilimitada, ¿las iglesias deberán borrar los límites que se le reclama que se supriman? Los medios lo hacen a diario y se suman, de ese modo, a la presión que descoloca a las creencias religiosas en general. Mirar a las iglesias desde el Absoluto social ilimitado ¿no es un punto de vista necesario y ausente?

¿no nos llevaría a pedirles a las iglesias que por favor no cedan a la ilimitación?

Los encuentros “no-relacionales”, son buenos ejemplos: de ocasión y por ende fugaces, siguen aquel patrón: dejan un vació entremedio. Carecen de la humanidad fundante. Cada miembro huye. Ni hay un hombre y mujer cabales, en el antiguo sentido, pedido por la dignidad elemental de ser humanos, por lo tanto, el padre y la madre suprimidos en su mínima posibilidad, luego, el hijo y el anciano también, no serán de nadie. Así, devienen en meros individuos, luego, superfluos. ¿Es la pauta social?, pienso que es así.

Es el racismo al que teme Milner. ¿No es el temblor y temor del cristianismo? ¿No es el miedo del ateo y el agnóstico crecido en humanidad? Cuando los dirigentes judíos de Nueva York y el Papa, raudos cerraron filas, tras la metida de pata por el obispo lefebrista y el exabrupto del rabinato de Jerusalen, ¿No apuntan a igual dirección?

Para Milner el judaísmo se sostiene sobre “el estudio” que diferencia del “saber”, estudio que se tensa entre el hogar, el medio, la escuela y la sinagoga, dentro de una tradición (creencias, valores, gustos y costumbres), para poder vivir o paras no morir, coincidiría sin duda Unamuno. Sin la “cuadruplicidad” mencionada, se consuma el peor racismo.

Y sin esa familia el cristianismo igualmente hace agua, y el ateo o agnóstico poda, trunca, la progenie legataria del honor de su vida en una estirpe tras las huellas de su paso. Su vida sin prolongación, drenaría sentido por el agujero del hoy sin mañana.

Se juega en esto la identidad de un pueblo. Y no sólo el judío. Buscar causas y de-velar (quitar velos) a los efectos escondidos, es ponernos en crisis y merecer una vida sin el rencor gratuito del anonimato. Milner, judío, sabe de qué habla, propone “reconstruir lo limitado (poner límites) en la sociedad, reconstruyéndola.” ¿Se podrá y cómo?

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