Por Miguel A. Brevetta Rodríguez
Otro amigo que se fue, Salvador Ricardo Vidal, a quien con cariño le llamábamos Acho. Nos conocimos por los 70, cuando todos vestíamos con traje y corbata, Santiago del Estero era un pañuelo de cuatro avenidas lejanas y no había más de tres lugares para el encuentro. Las noches aquellas de los sábados inevitables se repetían como de memoria. Tarde o más temprano nos teníamos que cruzar, si es que no coincidamos en la misma fiesta.
No había lugar nocturno en donde no se encontrara Acho. Lo mismo era Vinicius o la Jaula, Ruderico o el León de Oro, Valentino o Help. Nunca supe cómo se enteraba de las fiestas privadas con bellas visitantes de otras provincias. Tampoco la facilidad con que llegaba a las máximas autoridades provinciales, en tiempos difíciles en donde la incomunicación era moneda corriente.
Acho fue un entusiasta en todo y en aquel entonces una suerte de pionero de un porvenir que asomó cansino a una ciudad poco acostumbrada a las innovaciones repentinas. Pertenecía a la generación de la mitad de los ‘40, los tiempos del nacimiento del justicialismo revolucionario, que él recordaba en cada oportunidad que nos introducíamos en la arena política.
Simpático y cordial acaparó desde muy joven la noche de los santiagueños. En algún tiempo fuimos compañeros de radio, pero no compartimos micrófono. Animó fiestas y espectáculos, ejerció el periodismo, como empleado público pasó por la entonces dirección de Turismo, la Casa de Gobierno y el Consejo Provincial de Vialidad.
La última vez que nos vimos fue en la subsecretaría de Turismo durante la presentación de su obra pictórica: “Salvados de la quema”. Se trataba de un paciente trabajo realizado en los basurales que bordeaban por entonces el barrio Miski Mayu, en donde residía. De allí extrajo una serie de objetos en desuso que fueron a parar al basurero, seguramente por inútiles, a los que dio vida imprimiéndoles algunas tonalidades elaborados sobre técnicas modernas de la arquitectura y la escultura.
“Yo pensaba que me encontraría con algunos detalles de la quema de diciembre de 1993”, le dije después de recorrer la muestra.
“No, hermano -me respondió-, esto es parte de algunas cosas que la gente arroja a la basura, porque de afuera no saben mirar lo que tienen adentro.
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