sábado, 23 de mayo de 2009
Crisis o decadencia; esa es la cuestión
Por el ingeniero industrial Carlos David
Si analizamos lo que hemos vivido en la Argentina en las décadas del ‘70 ‘80 y ‘90, como por ejemplo el gobierno de Isabel Perón, la subversión, el gobierno militar con su represión descontrolada y la guerra de Malvinas; la hiperinflación, las privatizaciones, el default y el crack económico, amén de la corrupción generalizada, la conclusión es terrorífica.
Es increíble que a lo largo de treinta años hayamos sufrido tantos trastornos políticos, sociales, económicos y jurídicos. Los argentinos hemos vivido mal y por nuestra propia responsabilidad. Si no cambiamos drásticamente, ya, hoy mismo, todo seguirá igual o peor.
Uno solo de estos acontecimientos habría sido suficiente para que otro país cambie su rumbo definitivamente. Nosotros en cambio, persistimos en las mismas costumbres y actitudes que nos llevaron a esas trágicas situaciones.
De ahí que nos debemos preguntar si nuestro país está en crisis o en decadencia. La respuesta es fundamental: quien está en crisis tiene una oportunidad de cambio, entendiéndose esto como crecimiento. Quien está en decadencia solamente puede esperar el derrumbe. Esta cuestión depende exclusivamente del sentido común, de la razón y de la voluntad de los gobernantes y gobernados.
Nuestro país tiene que poner fin a esta absurda indefinición y corregir estos gravísimos errores, Parece increíble que el gobierno nacional y el sector privado no hayan sido capaces de elaborar un plan de coincidencias mínimas, que no exista un programa claro de metas y objetivos, de cumplimiento obligatorio. Nuestra incapacidad de generar estas políticas permite que, la frivolidad, las ansias de poder y la corrupción de los políticos, se enseñoreen de la situación, sin responsabilidad alguna por el fracaso.
En efecto, el estado permanente de emergencia, unido al autoritarismo y la inseguridad jurídica, el aumento inusitado del gasto público y una presión tributaria insoportable, son todos escollos gravísimos para nuestro progreso y crecimiento, ya que impiden el ingreso del capital, elemento generador de empleo y bienestar.
Nos guste o no, no hay otro modo de producir en el mundo, que el modo capitalista. Esto lo han comprendido todas las sociedades que crecen y progresan, y sino veamos a los chinos, a los chilenos. Hoy en día, la diferencia entre capitalismo y socialismo se aplica al modo de distribuir, pero no al modo de producir, que siempre es capitalista.
Más allá de los dislates que aterrorizan a los ahorristas, a los inversores locales y extranjeros y a la falta de inteligencia o de preparación o sencillamente la corrupción de muchos de nuestros políticos, debemos entender que el futuro para los débiles es inalcanzable; para los temerosos, desconocido y para los valientes, es la oportunidad.
Alguien dijo: “los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van”, y esto es lo que ya, hoy, urgentemente, necesitamos saber.
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