Por Luis Gregorich, escritor que fue subsecretario de Cultura de la Nación, en el gobierno Raúl Alfonsín.
Las declaraciones críticas e irónicas de la Presidenta sobre la riqueza y los ricos en la Argentina de hoy, agregadas a la especie de manifiesto lanzado por un grupo de intelectuales oficialistas (en su mayoría pertenecientes a Carta Abierta) en apoyo de Luis D´Elía y su "odio" a la oligarquía y otra vez a los "ricos", causan escándalo y tristeza a la vez.
Ya parecía indefendible que los defensores pensantes del Gobierno propugnaran ese odio, justo después de la difusión del monto de bienes patrimoniales del matrimonio presidencial, holgadamente millonarios. ¡Ahora es la Presidenta, en una suprema contradicción, la que se ataca a sí misma!
Por favor, un poco de racionalidad y cuidado en el uso de las palabras. O traten de explicarnos cuáles son los ricos buenos y cuáles los ricos malos, para que podamos entendernos.
Debo confesar que tengo ciertos prejuicios, literarios, éticos y personales, hacia la gente rica en general. Vivo, desde hace más de 30 años, en un departamento de 80 metros cuadrados en Caballito, atiborrado de libros y discos, en el que no cabe nada más, y experimento un poco de envidia hacia los que disponen de casas más amplias y cómodas.
También miro, seguramente con una pizca de resentimiento, a los que pueden viajar a lugares que ya nunca veré. Pero hago lo posible para evitar el odio, que nos degrada como ciudadanos y nos rebaja como personas.
Además, puesto en la encrucijada de optar por una clase social -si es que existe una categoría tal en términos absolutos- elijo la mía, la clase media, que tengo el orgullo de compartir con muchos artistas, maestros, profesionales y -no tengo dudas- con buena parte de las mejores figuras de nuestra historia.
Permítame que le aconseje, con todo respeto, señora Presidenta, que usted también siga por ese camino, el de la clase media de la que proviene, y no la de los ricos a la que ha accedido.
Dejemos de lado la demagogia y el palabrerío para halagar a los pobres; combatamos, sencillamente, la pobreza, lucha en la que usted tendrá el apoyo de todas las fuerzas políticas y sociales, y en la que le deseamos la mejor suerte.
Y benditos sean, como ocurría con nuestros abuelos, no los que han podido enriquecerse vertiginosamente, sino los que con esfuerzo, educación y trabajo se han incorporado a la clase media, o se han mantenido en ella, sin cortejar a los pobres, a los que hay sacar de su pobreza, ni odiar a los ricos, a los que hay que cobrarles los impuestos.
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