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Arturo Puricelli. |
Hacia fines de 1993, y cuando ya se había establecido en Santiago del Estero el interventor federal Juan Schiaretti, recaló en el mayor silencio y sin aspavientos en esta provincia el abogado y ex gobernador de Santa Cruz, Arturo Puricelli, en su condición de interventor del Partido Justicialista. Hoy vemos que un político de su fuste logró vencer el ominoso ostracismo a que fue confinado tras aquella exitosa gestión y se juramentó ante la presidente de la Nación como flamante ministro de Defensa. Se acercaba la reforma constitucional de Santa Fe en 1994, y quienes lo conocimos en la intimidad sabemos de las trabajosas e interminables conversaciones con Carlos y Nina de Juárez, por entonces en Buenos Aires, para conformar una lista de candidatos que dejara conforme a todo el peronismo santiagueño. La astucia y la paciencia de Puricelli lograron que finalmente el caudillo aceptara una cabeza de lista que quedó conformada con Humberto Herrera (ex rector de la Ucse), Enrique Bertolino (quien en las últimas elecciones había resultado electo diputado aunque no logró asumir), Domingo Schiavoni (un periodista de reconocida trayectoria en el medio y en la región), la doctora en Derecho Marta Velarde y, finalmente, la ex docente y militante Norma Massa de Zaiek.
La ingeniería de Puricelli fue escrupulosa y firme. De un lado apeló a encuestas de opinión de Julio Aurelio, y en segundo lugar, como se trataba en general de un peronismo descontaminado y acaso poco experto en la militancia eleccionaria, asumió él mismo la comandancia de esa dirigencia y recorrió interminablemente la provincia, haciendo docencia, fundamentando doctrina e ideología y generando una corriente de amistad y asesoramiento personal.
La elección devino en un triunfo rotundo para el peronismo, que ganó esa batalla con el 47% de los votos, y que aportó sustantivamente a la mayoría de la convención nacional constituyente.
Los representantes radicales electos convencionales fueron: José Zavalía, Mario Bonacina, Rosa Llugdar y José Piccinato.
Atrás quedan anécdotas y recuerdos, como el llanto memorable de Puricelli cuando se confirmó la victoria. Y las llamadas que el entonces propio presidente Carlos Menem hizo a cada uno de los convencionales constituyentes nacionales. Además, nunca podrá borrarse la condición extremadamente humana de Arturo Puricelli, que jamás se atribuyó el triunfo, y que aún hoy sigue agradeciendo la generosidad del pueblo santiagueño.
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