Por Miguel A. Brevetta Rodríguez.
Lo dije muchas veces, en algunos escritos y en rueda de amigos. El poder es mutante, rota, se va, aunque a veces suele volver. Y el recinto en donde habita el poder es como el aparato del televisor, ni más ni menos que una caja boba, hermética para que adentro no se escuchen ruidos extraños.A medida que se aproxima la fecha en que se elegirán autoridades nacionales, se suceden una serie de hechos que no pueden ser controlados ni por quienes ejercen el poder -por mas que se crean dioses- ni por el séquito de cortesanos que los rodea.
Los amanuenses, que no son más que ágrafos, los aduladores que siempre rodean al mandamás y ahora los que pertenecen a la nueva clase de súbditos que prestan servicios como “encuestadores” -no confundir con los cuestores del Derecho Romano-.
Es que nadie puede detener los efectos de la verdad ni opacar la salida del sol con las manos.
Pero sucede que el hombre es imperfecto, tiene fallas, y cuando ejerce el poder es más imperfecto todavía, porque hace lo que piensa y mal piensan quienes pretenden que el poder es perpetuo, que se hereda por medio de un proceso sucesorio o, lo que es peor, cuando pretenden adjudicarlo o transmitirlo con el dedo o a fuerza de decreto. Lo que está sucediendo en las grandes urbes en materia electoral no es más que la respuesta acertada a los interrogantes que se plantean los politólogos rentados que no quieren entender que el hombre es un ser mutante. Y es lógico, pues de no ser así pertenecería a otra especie que no sería precisamente la humana. ¿Será por eso que se lo subestima?
La realidad es lo que se ve y puede palparse, no es un sentimiento abstracto ni lo que cada uno pretende que sea, según sus intereses o su conveniencia. Lo real, es lo cierto, lo verdadero, pues así se manifiesta. Y cuando las sociedades salen a expresarse no lo hacen influenciadas en los dichos de terceros, (encuestas) ni en las promesas de quienes no podrán cumplirlas. Se pronuncian por medio de sus sentimientos, que son quienes guían el obrar.
Lo que ya no atrae
A nadie le atrae la impunidad ni los jueces dependientes y obedientes ni los funcionarios enriquecidos de la noche a la mañana. Al electorado no le gustan los gobernantes autistas ni cómplices encubiertos del mal obrar de su gabinete. Se detesta la mentira, la canonjía, la confrontación estéril y la tremolina de quienes pretenden hacernos creer que el blanco es negro.
El voto también muta. Se cansa de la “arriada” tediosa e innecesaria. Detesta subir a los colectivos alquilados que los conducen a la intemperie para escuchar lo que no quieren oír a cambio de un mendrugo. El voto ya no lee los diarios de Yrigoyen ni los suplementos especiales que exaltan la petulancia y la megalomanía que producen los servidores del poder de turno. Ya no escucha paparruchadas.
Es así, los que mandan son reacios a escuchar los “ruidos” que provienen de afuera, y los que producen esos “ruidos” sólo escuchan la voz de su conciencia; esa que surge de adentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario