Por Sebastián Deies
Aunque haya pasado desapercibida, es tiempo de reivindicar a la niña de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Se llama Dolores Argentina. Sí, nació en diciembre de 2001 a las “seis y cuarto en punto”; justo cuando el ex presidente Fernando de La Rúa abordaba el helicóptero presidencial en la Casa Rosada hacia su destino final.
Desde luego que “no era un buen momento para traer a un hijo al mundo”. Sin embargo, los argentinos, “la parimos”.
Cuentan que el padre de Dolores tardó una semana en anotarla en el Registro Civil. “Todos los días había un cartel distinto: Cerrado por asunción de presidentes”.
Dicen también que poco a poco los vecinos comenzaron a adoptarla como si fuera su propia hija. En algunas cacerolas abolladas la gente empezó a cocinarle. Y del campo llegó la leche para los cientos de biberones que la nena tomaba.
Hoy, Dolores Argentina es una chica normal. Aunque con algunas rebeldías. Ya no llega desde el campo la leche para sus desayunos. Su mamá decidió unilateralmente aumentar las retenciones a todos aquellos que aportan con sacrificio a que sea una niña sana y fuerte.
Dolores Argentina está triste porque con las mismas ollas en que le cocinaban, hace poquito la gente salió a la calle a decirle basta a la impostura de su mamá. Y el ruido del cacerolazo la asustó.
Dolores está avergonzada porque vio por televisión cómo su tío Luis D`Elia golpeaba a los manifestantes en Plaza de Mayo. Le indigna haberlo escuchado decir: “Lo único que me mueve es el odio contra la puta oligarquía. No tengo problemas en matarlos a todos. Tengo un odio visceral contra los blancos, de barrio norte, sépanlo de mi boca”.
“¿Qué es la oligarquía, mamá?”, pregunta la niña. Y un silencio estremecedor ofició de escueta respuesta a su duda.
Le contaron por estos días que su madre declara tan sólo 11.000 pesos en concepto de ingresos ante las oficinas fiscales de la Nación. Aún no entiende cómo viste ropas de marcas importadas, carteras costosísimas y zapatos finos. Menos aún, no comprende cómo hizo para estrenar en París tres diseños europeos en menos de 48 horas.
“¿No es cierto que este país quebró por la evasión, la corrupción y la especulación?”, volvió a preguntar a su madre. Y otra vez el silencio.
“¿Por qué hablas como Evita, mamá?”
“¿El tío Luis es un descamisado?”
“¿Por qué hasta ayer te querían tanto y hoy parecen odiarte?”
“¿Por qué las cacerolas en la calle otra vez?”
“¿Les mentiste?”
Dolores Argentina está dolida. Cada vez tiene más preguntas y menos respuestas. Mamá no escucha.
Y allá afuera, a lo lejos, los fantasmas del pasado espantan sus sueños de niña con ruidos de helicóptero y tintinear de cucharones sobre las tapas de abollados cacharros en el corazón de la Plaza de Mayo.
“¡Por favor!”, suplica la niña con voz trémula; e implora al cielo que la historia no se repita otra vez.
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