Por Carlos Salvador La Rosa, del diario Los Andes, de Mendoza.
Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner, quiere imponer su autoridad (no su liderazgo) sin importarle los costos. |
Néstor muchas veces humilló a la clase política pero sólo por necesidades en la construcción del poder, no porque viera algo malo en sus miembros. Cristina, en cambio, los desprecia profundamente; goza al mostrarles su superioridad, su sangre azul.
No obstante, tanto Néstor como Cristina han salvado a la clase política estable a cambio de su humillación, que siempre es mejor que perder la cabeza en manos de la furia popular. Ella sabe, como también sabía él, que humillar a una dirigencia que el pueblo no quiere; sólo suma o, al menos, no resta nada. Pero hoy Cristina hace uso y abuso de esa prerrogativa con un descaro y una crueldad que no tuvo Néstor.
Ahora bien, aparte de ser distintos, a Néstor y a Cristina les tocó protagonizar etapas históricas diferentes. Él debió crear su "modelo" desde la nada. Ella lo heredó completito o, al menos, eso siente. Él se imaginó un nuevo movimiento histórico que lo tuviera como creador único pero sumando otras fuerzas políticas.
Ella cree que la única fuerza que existe es sólo ella. Él murió queriendo imponer un “modelo” que Cristina supone que ya fue impuesto, que ha triunfado, o está triunfando a juzgar por el apoyo electoral hacia ella.
Para Cristina, "profundizar el modelo" no implica crear algo sustancialmente nuevo sino mantener el statu quo actual, si es posible eternamente. Sus tareas no son revolucionarias sino post revolucionarias. No quiere cambiar nada salvo, quizás, algunas hegemonías dirigenciales para ponerlas todas a su único y exclusivo servicio.
Cristina ya no necesita transversales ni concertadores. Bastante tuvo con los Cobos. Los Sabbatella son apenas una anécdota, una colectora; nada. Ella, como toda reina que se precie, sólo quiere fortalecer a su guardia pretoriana, a los custodios de la revolución que impidan el retorno al pasado que anhelan los “enemigos externos” pero que, principalmente, tengan cortitos a los “enemigos internos”, a esos del PJ que, si por ellos fuera, desviarían la revolución (léase, en particular, Scioli, también Moyano).
Lo que quiere Cristina es poner una espada de Damocles arriba de la cabeza a cada uno de los dirigentes del PJ para que ninguno se desvíe de la causa. Las espadas son precisamente sus guardianes, una nueva élite creada por ella basada en la lealtad más absoluta, al carecer de cualquier entidad política salvo la de ser caballeros o damas de la reina, por divina voluntad de la misma y sólo por eso. Boudou, Mariotto, La Cámpora... los elegidos.
Con Néstor vivo, el PJ aún era una conjunción de tribus comandadas por caudillos que incidían en el curso político del país con mayor o menor fuerza según las circunstancias. Con Cristina el PJ se está transformando en una corte de vasallos a los cuales sólo se les permite ejercer (controlados por los guardianes) el poder local y nada del nacional. El proyecto de ella es crear una monarquía absoluta y centralizada donde los caudillos sólo se ocupen de sus feudos sin más aspiraciones que ello.
Ya no se negocia con el poder nacional, sólo se lo acata. Ése es el sentido que Cristina pretendió dar a la elección de los candidatos oficialistas para estos comicios. Ni siquiera buscó disimular públicamente la dureza de sus condiciones para hacerlas más digeribles a los humillados, sino que -por el contrario- lo que hizo fue sobreactuarlas.
Con Néstor aún existía una tenue línea de diferenciación entre lo público y lo privado para ejercer el poder, aunque con tendencia a fortalecer lo segundo. Con Cristina esta línea desapareció: hoy el poder es todo privado, es ejercido como un secreto personal sólo compartido -parcialmente- con algunos cortesanos sin poder propio.
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