Cristina Fernández de Kirchner. |
Finalmente, resultó cierto aquel “Cristina ya ganó”. ¿Cómo? No importa. Lo cierto (sin permitirse la menor duda) es que arrasó en todo el país. Tan cierto como que desde hace algunos meses nadie (a menos de sufrir un peligroso estado de enajenación mental) podía dudar de que las elecciones le pertenecían a la viuda Kirchner, que iniciaba así su peregrinaje hacia la concentración del poder absoluto. De la Argentina suele decirse que lo que caracteriza a sus habitantes es el individualismo.
Buen momento entonces para averiguar qué tiene en común este aluvión de votos que, según informa la prensa, atraviesa a todas las clases sociales.
Experto en maquillar desigualdades, el gobierno supo repartir regalitos. Laptops para los chicos pobres, asignaciones familiares y subsidios (a lo bobo) que no requieren justificación. Por ejemplo, un certificado de escolarización.
Lo que todavía se nota en falta son casas, techos donde cobijarse. De eso hay menos y en cuanto uno quiere saber más acerca de las viviendas prometidas, allí está el dúo Schoklender- Bonafini. Como no se trata de una pareja tipo las de ShowMatch, se sugiere poner pies en polvorosa y no indagar más.
Para los jóvenes (otro de los canteros cultivados por la Presidenta), puestos jerárquicos en el Estado (que finalmente es quien carga con todos los chiches) y departamentos en Puerto Madero.
Entre otra serie de gangas que sería pesado enumerar.
La Presidenta arriesgó unas cuantas hipótesis para explicar semejantes resultados. No sólo el boom del consumo o la falta de una verdadera alternativa opositora. En su opinión, lo ocurrido “no es viento de cola, es esfuerzo y gestión”. Una pirueta para salir del paso.
No resulta fácil explicar que, según los dichos presidenciales, alguien pueda creer que este país tiene algo para ser admirado cuando no calificamos ni siquiera para un crédito de mil euros; cuando en estos últimos cuatro años se fugaron 46 mil millones de dólares y en los últimos siete meses de este año se fueron del sistema casi 12 mil millones de dólares.
La vida cotidiana
La realidad la desmiente a diario; la inseguridad, la pobreza (que todavía es mayor que las laptops repartidas), la educación y la salud pública colapsadas.
Mientras seguimos viviendo y creyéndole (lo dicen los votos) a un Indec que arroja cifras truchas, tampoco sabemos por qué piensan demorar hasta octubre para dar a conocer las cifras del censo (¿o es que no son tan buenas?).
En cuanto a la sociedad Schoklender- Bonafini, no hay ninguna autoridad que los disculpe o los incrimine. Porque con la matraca con que este gobierno la ha emprendido con los derechos humanos, tiene la obligación moral de explicar quién es el culpable y por qué todavía esta suelto.
Sin embargo, la mitad del país que votó a Cristina parece haberse blindado las orejas en todo aquello que pueda molestarla como, por ejemplo, las denuncias de corrupción.
Desde que murió su marido, a los ojos de su pueblo Cristina es una mujer desvalida y vestida de negro. Una Bernarda Alba a la que hay que proteger.
Y que emulando al difunto sólo piensa en los demás. La Argentina, como la mayor parte de América latina, ha moldeado su carácter sobre la base del melodrama.
Según Carlos Monsivais, ensayista y cronista mexicano, es un género que postula una ética de los sentimientos. No tiene un origen “culto” ni es un arte sutil. En él las pasiones se desbordan sin medida ni clemencia.
El melodrama, que tuvo su auge en México entre 1930 y 1950, en la Argentina llegó a tal punto que Eva Perón, la mujer que más poder político tuvo en el país (después de Cristina, claro), tuvo su origen en el melodrama propiamente dicho.
Lo propio de los personajes del melodrama son los gestos de dignidad y abatimiento y las sentencias rotundas.
En la tradición latinoamericana, dice Monsivais, se llega a la experiencia política a través del formato del melodrama, “el país sufre y nos necesita”.
Después de muchos años, la Argentina ha recuperado su impronta melodramática a través de Cristina Fernández. Viuda de Kirchner. Una mitad grande del país se ha dispuesto a protegerla a cualquier precio, sólo que la política no es un melodrama; es la profecía donde el ciudadano debe protegerse del Eje del Mal.
Esperemos, entonces, que el pueblo no se haya equivocado.
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