Por Nicolás Márquez.
“América Latina es pobre por culpa de los europeos que nos permutaban oro por espejitos”; “La Argentina no prospera por culpa del imperialismo norteamericano que nos oprime”; “Perón no creó la Triple A: él no sabía nada y lo cercaron entre López Rega e Isabelita”; “nosotros no adquirimos empréstitos extranjeros que no supimos administrar ni pagar: fue el sionismo usurero el que nos impuso la deuda externa”; “Raúl Alfonsín no fue un mal Presidente: los poderes de turno no lo dejaron gobernar”; “Maradona no se drogó: fue la CIA la que le metió la efedrina en el Mundial de 1994”; “mi equipo de fútbol no mereció perder: el árbitro coimero nos bombeó”; y nuestro fetiche sociológico más reciente y ocurrente reza: “no ganó Cristina Kirchner, ocurre que el kirchnerismo hizo fraude”.
¿Qué tal si probamos con reconocer la realidad?Si no reconocemos el problema jamás podremos encontrar una solución. La quimera de la bonanza económica y el destartalado papel de la oposición constituyen la fórmula perfectísima como para que en la Argentina un gobierno se eternice.
En efecto, ya Poliarquía (encuestadora que se caracteriza por acertar notablemente todos sus pronósticos electorales) anticipó la semana previa a los comicios del domingo, que Cristina Kirchner obtendría el 48,5% de los votos (apenas un margen de error de 1,5%). Curiosamente fue una de las encuestas de la consultora menos comentada por la opinión pública. ¿No la quisimos leer?
Ahora circulan un sinfín de mails y especulaciones alegando que “como en la mesa 14 del Colegio 69 de Ayacucho no coinciden la cantidad de sufragios con las actas del correo, esto confirma el fraude que hizo el gobierno”.
El kirchnerismo no es el enemigo de la prosperidad sino esta postura negacionista (tan arraigada en nuestra deficiente idiosincrasia) consistente en echarle la culpa siempre a fuerzas extrañas o a causas ajenas a nuestra responsabilidad.
En el fondo, esa penosa inclinación propensa e exculparnos de todo y a buscar chivos expiatorios en el afuera es un claro síntoma de temor: “¿Qué es sino cobardía ese no querer enfrentarte contigo mismo?” se preguntaba San José María Escrivá de Balaguer.
Si le mentimos al médico, al abogado y al cura, jamás nos curaremos ni ganaremos el juicio ni recuperaremos el estado de Gracia. Mutatis mutandis, si nos mentimos a nosotros mismos en torno a la realidad política, jamás recuperaremos la República.
Cristina no ganó: arrasó.
¿Qué tal si gastamos nuestro tiempo en tratar de revertir con compromiso cívico y patriótico esta situación política en lugar de fantasear y elucubrar teorías en torno a “conspiraciones fraudulentas” inexistentes?
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