Por Esteban Peicovich.
Hagan la prueba. Indaguen al voleo a vecinos, colegas o peatones sobre su voto del 14 y verán cómo aplican sordina a su respuesta. Tanto, que no resulta fácil descubrir cuáles son los cincuenta que votaron por Cristina y cuáles los cincuenta que no. Los cien portan la cara algo caída. Unos por soñar de más y otros porque ganar no les quitó el miedo, la angustia, la duda ambiental y el ronroneo de culpa por haber votado tragando sapos. De color más suave pero tan sapos como los deglutidos por los cincuenta que perdieron. ¿Qué quienes ganaron votaron más con el bolsillo? ¿Qué bolsillo? ¿El de los que maman de la teta oficial? ¿El de los maestros de Santa Cruz? ¿O el de los cañeros de Jujuy?
Cristina fue propulsada a la cumbre de las primarias pero su victoria no la celebraron conciertos de bombos y flautines. El entusiasmo pareció regulado “desde arriba”. Muy raro. No hubo fiesta en las calles. Ni el Obelisco celebró. Igual que en esa noche del 14 sucede ahora al analizar los vericuetos del voto personal. Los perdidosos ya lo eran antes de introducir el voto. Los ganadores, igual. ¿Ganó Cristina por la espectacular mejora que recibió la sociedad durante su gobierno? ¿O porque enfrente “no había nadie?”. No lo parece. Al contrario. La acción oficial que más votos recogió fue la del subsidio universal por hijo, medida (vaya ironía) que tuvo por primera fogonera a Carrió, que salió última. Caso que prueba que en la política local gobierno y oposición son más distantes que distintos. De no entrometerse la Etica en la Política y tener la Corrupción tan mala prensa, la sociedad argentina sería un lecho de rosas. Aquí no hay un Tea Party acosando a Obama.
Ni banca salvaje vaciando países. Ni un Berlusconi rifando a Italia o un Aznar bestiún boicoteando a España. Hay sí una Larga Mano Impune que por ahora se salta el control de la Ley y el freno del Voto. Mamarracho social “muy argentino” al que se exorciza una, dos décadas más tarde, pronunciando la mágica fórmula "Yo no los vote" . Y vuelta a empezar, que si en algo es modélico este país, es en negar el pasado, repetir el presente y retrasar el futuro.
Nadie colgó en su balcón el cartel “Yo voté a Cristina” pero sí que la votaron hasta demoler toda esperanza opositora. Nada menos que el 50 por ciento del electorado. Una mayoría que lo hizo con cautela pues dudó cambiar en medio de rio que bien revuelto está aquí y fuera de aquí. Este apoyo es legítimo. Lo que chirría por cínico es el argumento y el voto de aquellos que pasaron por universidades y saben como viene la mano y aprovechan de los pesos que da el ser adulador profesional con máster. Algún día van a decir que no sabían. Como los que no supieron con Onganía ni con Videla y asociados. (O por ahí saben y esto es lo que quieren).
Cristina fue unidad. La oposición, espejo roto. Los oponibles se masacraron en internas. El gobierno jugó al truco o al buraco y la oposición a la infantil "escoba de 15". El 14 de agosto no trajo luz. Fue un fogonazo. Los peronistas ya no saben si lo son. Los radicales pasaron de parroquia al museo. Los socialistas de la chacra a la estancia. Y los pícaros comunistas metieron en la farándula los dictados de Marx y de Engels. Lo muy cierto es que aquí no parecemos estar destinados a las cosas. Ortega se engañó. Lo nuestro, consustancial, es andar imaginando aquello que podría pasar si acaso algo pasara. A nosotros la realidad no nos quiere. Hablando en serio, esto es joda.
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