Por José Antonio Díaz, en la revista Noticias, de Buenos Aires.
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Ella misma no se cree los privilegios del poder, se rompió el lomo trabajando y lidera el modelo económico, político, cultural y social que ha permitido el crecimiento más importante de que se tenga memoria en 200 años de historia. Proyecto que el mundo, qué duda cabe, debería imitar ya mismo.
Por supuesto, son mentirillas piadosas lanzadas en impulsos de euforia. Como se sabe, la fantasía recoge su material de la realidad. La exalta o la distorsiona. La transforma en grotesca o la deja suspendida en la nebulosa. El idílico paisaje político que reflejaron esas palabras de Cristina Fernández -pronunciadas y marketineadas antes y después de las elecciones del 14 de agosto y del 23 de octubre- surgió de una drástica transformación discursiva y de su propia reinvención personal, después de la muerte de su esposo, compañero y guía político hace un año (ver página 38). El lenguaje de la no confrontación, la estética de la viudez militante, la realimentación perseverante del mito de San Néstor, los reconocibles logros de la gestión -que sus competidores opositores no supieron cómo desentrañar- y el encubrimiento, por ninguneo, de la corrupción, hicieron el resto. Un mix de verdades de gestión, mentiras de comunicación y mistificaciones del real origen de la abolición de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final o de la Asignación (todavía no universal) por Hijo, dos banderas apropiadas a organismos de derechos humanos, movimientos sociales, legisladores opositores y a la propia Iglesia.
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