Manuel Mora y Araujo.
Las cartas ya están echadas en esta elección presidencial argentina. Se abre paso al tercer período de gobierno kirchnerista. La reforma constitucional de 1994 introdujo la posibilidad de la reelección inmediata -por una única vez- del presidente, lo que habilitó a Menem a ser reelecto. Esta reelección de 2011 recuerda a aquella de Menem en 1995. En ambos casos, el ganador cosecha algo más de la mitad de los votos.Se vota por razones distintas, pero en los dos casos el voto expresa una preferencia masiva por la continuidad del gobierno. En 1995 el tema dominante en la agenda era la inflación y el gobierno buscaba incentivar la inversión privada abriendo la economía; ahora el tema es el desempleo y el gobierno busca incentivar el mercado interno.
A Menem finalmente le sucedió algo comparable a lo que había conocido Alfonsín años atrás: votados con un mandato claro, un tema dominante, esos gobiernos se concentraron excluyentemente en ese tema, y cuando la sociedad modificó sus demandas no fueron capaces de acompañarla y se hundieron en la impopularidad. La posibilidad de que esa pauta recurrente se repita es uno de los riesgos que la presidenta Cristina de Kirchner deberá tener en cuenta.
Alfonsín no quería oír hablar de la inflación, hasta que esta acabó con él. Menem no quería oír hablar del desempleo, negaba que fuera un problema. Los Kirchner no han querido oír hablar de la inflación ni de la delincuencia y niegan esos problemas, pero está claro que por debajo de los motivos del voto a Cristina este domingo esos temas están en la cartera y en cualquier momento pueden pasar a dominar la agenda.
La inflación
Si algo nuevo puede traer la segunda presidencia de Cristina -y tercera del período kirchnerista- es romper esa pauta, redefinir su enfoque de gobierno y procurar un manejo más equilibrado de los distintos frentes. La inflación no es un accidente sino un correlato de la política económica del gobierno; enfrentarla requiere algunos cambios en esa política.
La delincuencia no es una suerte de mal inevitable que acompaña a la civilización, es la consecuencia de un fracaso de las instituciones concebidas para garantizar la seguridad y un quiebre fundamental en la capacidad del Estado de asegurar el orden público. Hay algunas razones para pensar que dentro del equipo que viene acompañando a la presidenta hay gente que percibe estas cosas y tiene ideas acerca de cómo encararlas. Abrirles más espacio en la toma de decisiones sería algo novedoso.
La política será una fuente de incertidumbre en el futuro cercano. La oposición está diezmada y deberá entrar en terapia intensiva. Pero el oficialismo no está exento de problemas, y estos son más acuciantes porque lejos de internarse para un tratamiento clínico se verá exigido a gobernar cada día.
El kirchnerismo es una coalición pragmática de sectores poco afines entre sí. Los integrantes de la coalición coinciden en un punto: no hay mejor gobierno para todos ellos que el encabezado por Cristina. Les resulta funcional el estilo ‘verticalista’ que proscribe el diálogo interno y por lo tanto evita la discusión entre unos y otros.
Pero ahí acaban las coincidencias; cuando hay que definir espacios de poder, los miembros de la coalición son muy duros y la jefatura vertical no tiene más remedio que negociar con unos y con otros.
Esto no sólo seguirá siendo así sino que posiblemente se agudizará porque en 2013 tendrá lugar la última elección legislativa del gobierno de Cristina, quien ya no podrá ser reelecta; gran parte del futuro de cada uno se jugará en esa elección. Es poco probable que el kirchnerismo en bloque busque colectivamente consensuar su propia sucesión; es más probable que se desaten procesos políticos competitivos entre distintos kirchneristas.
A todo esto se agregan las incertidumbres que provienen de la economía, tanto en el frente interno como en el internacional. El contundente resultado electoral de este 23 de octubre no augura tiempos calmos en las turbulentas aguas de la Argentina.
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