sábado, 11 de julio de 2009

Elecciones, encuestas, derrotas



Por Ricardo del Barco, profesor de Política y Comunicación de la UCR, UCC y Ucse.

El 25 de abril de 2003, Néstor Kirchner perdía la primera vuelta electoral frente a Carlos Menem. Los sondeos de opinión hablaban de un resultado que sería favorable al vencido en la segunda vuelta. El ganador de la primera (24,45 por ciento contra 22,24 por ciento), por astucia, temor, cálculo o lo que fuere, renunció al balotaje. La imprevisión del Código Nacional Electoral hizo que la autoridad electoral proclamara presidente al derrotado. No digo que esto fuera ilegal, aun cuando planteara sombras sobre la legitimidad de origen.

Todos sabemos que en el sistema democrático, la elección popular -no invalidada por fraudes o proscripciones- constituye la única fuente legítima de acceso al poder. No hay democracia sin elecciones libres, aunque la democracia incluya varias cosas más que éstas. Es por ello que desde aquella ausencia de una elección que lo colocara triunfador, el candidato y luego presidente Néstor Kirchner asumió como suyas todas las elecciones que se celebraron a lo largo del período que concluyó el 28 de junio.

En todas y cada una de las elecciones nacionales (diputados y senadores), además de las gobernaciones provinciales, se decía que las urnas les eran favorables a los candidatos de Kirchner. Durante bastante tiempo observé, en medio de la euforia electoral, que en ninguna oportunidad el vencido de la primera vuelta electoral fuera candidato.

A lo largo de estos años se dio algo que he denominado “tordismo electoral”. El término surge del accionar del tordo, ese pájaro que, a diferencia de los otros, no construye su nido sino que anida en nido ajeno. Tordismo electoral sería entonces anidar en triunfos de otros candidatos, no siendo la propia candidatura lo que está en juego.

Tampoco esto ocurrió en la elección presidencial de 2007, donde triunfó la esposa del Presidente. Fue recién en este mes de junio de 2009 que Néstor Kirchner volvió a ser candidato, por segunda y a lo mejor por última vez. Y fue derrotado, al igual que en abril de 2003.

Recuérdese que en todo este tiempo se habló de las reiteradas victorias del kirchnerismo, pero nunca fue Néstor Kirchner el postulante. ¿Fue tal vez por aquella elección que no tuvo lugar que el ex mandatario hizo suyas las elecciones en las que no competía? A lo largo de muchos años aquella ausencia estuvo presente, aunque nuestras urgencias y nuestro no demasiado apego a las formas institucionales le dieran poca o ninguna importancia.

La segunda vuelta electoral de 2003, que no tuvo lugar, estuvo presente por ausencia y se hizo presente con la nueva derrota del 28 de junio. Es cierto que se dijo que atento a que las encuestas de opinión daban al perdedor de la primera vuelta como ganador hipotético de la segunda, la no elección no tenía demasiada importancia.

Dije en varias oportunidades que había ocurrido en la realidad institucional argentina lo que planteaba aquella película ficcional llamada Sentencia previa. Era un mundo futuro en que se podía predeterminar mediante procedimientos equivalentes a un sondeo de opinión dónde se produciría un crimen y quién sería el criminal, y por ello -y de manera previa- se arrestaba y condenaba al culpable del crimen que aún no se había cometido.

Aquí se trataba de sustituir una elección por un sondeo que decía previamente quién ganaba o quién perdía, y por ello la ausencia de la elección no era relevante. Nunca un sondeo debe ni puede sustituir a una elección. La falta de ésta produce en algún momento sus efectos sobre el sistema democrático.

No hay otra manera de acreditar el título legítimo a gobernar que el surgido de elecciones libres. Su ausencia produce vicisitudes de las que todos somos testigos.

También en la vida interna de los partidos hemos tenido –entre otras desventuras– la sustitución de las elecciones internas o mecanismos que consulten el real sentir de los afiliados en la selección de los candidatos, por encuestas de opinión. ¿Por qué fulano es candidato? Porque es el que mide mejor en las encuestas, ha sido la respuesta que hemos oído muchas veces y desde todos los partidos o agrupamientos políticos.

El resultado final es la apatía en lugar de la participación cívica; puro marketing en lugar de discusiones serias de propuestas.

Entre otras cosas, la derrota del oficialismo nos deja dos lecciones que debemos aprender: que los comicios no pueden ser sustituidos por sondeos y que las candidaturas de los partidos deben surgir de procedimientos que permitan la participación de por lo menos los afiliados a los mismos. Del aprendizaje que hagamos depende en gran medida la salud de nuestra democracia.

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