martes, 7 de julio de 2009

Julito, un chico Armani



(Nota II)
Todos sabían del estilo de vida de Julio Alegre, desde sus orígenes radicales de militancia barrial, pintando carteles para José Zavalía, su empleo raso en la “muni”, la generosa concejalía y, más tarde, la anhelada intendencia capitalina. Todo un tramado próvido, como fácil que era evidente, pero carecía de lógica.

La política tiene esa especialidad que no entiende de razones, por ello nadie lo concebía a Julito como el jefe de tamaño organismo. Era una dependencia grande; demasiado grande.

Antes de la última elección, flameaba la bandera zamorista mostrándolo ante sus íntimos con el “pulgar bajo” de cara al municipio. La suerte ya estaba echada. Sólo se esperaba una cuestión de oportunidad para ungir al nuevo candidato (candidata) como el próximo lord mayor de la alianza radi-peronista.

“Llamen al juez (Gustavo) Herrera y que me vea en mi domicilio” Salió la orden de inmediato.

Seguramente, Su Señoría no tuvo más que leer de corrido el historial diario de un joven presuroso, como presuntuoso, demasiado confiado, sobre todo en sus amigos nuevos a los que poco conocía, ésos que se acercan solamente a la hora de la oportunidad; los que acostumbran a negar antes de que cante el gallo.

El año 2000 había arrancado dadivoso para el joven Alegre. Los viajes oficiales y de los otros, le mostraron un mundo desconocido, soñado, nunca imaginado. Pero qué feo es el pasado, tal vez pensó, en más de una oportunidad.

Y renació como un hombre nuevo, lejos de la pobreza, de la muchachada, del barrio de techos bajos con casas simples y austeras, esas que tienen el baño en el fondo, después de cruzar por la intemperie.

Buenos Aires, New York, Punta del Este, Bariloche, y tantos otros lugares que sólo existen para los otros. Ríos de vino bueno, la sofisticada comida de todos los días, el champán a punto y, como no puede ser de otra manera, una rubia platino a medida y con titulo de yapa.

-“¿Me queda bien este traje? ¿Cuanto duele?

-“Es un Giorgio Armani, señor”.

-“¿Quién? Bueno… me llevo tres. Eso si, me tienen que regalar una corbata”.

-“Con todo gusto, por favor”.

Al cabo de menos de una hora, un verdadero ejército de investigadores irrumpió en forma simultánea en todas las propiedades, que eran sospechadas como pertenecientes al ex funcionario. Sus amigos nuevos y socios de la eventualidad se encontraban en el despacho del juez, todos con “incontinencia verbal”. ¿Yo Señor? ¡No Señor!

El espionaje telefónico había dado sus frutos. No sirven como prueba, pero cómo ayudan. Ya no había tiempo ni lugar para girar marcha atrás. Dicen que Julio recibió un llamado misterioso llegada la media tarde, que duró no más de un minuto. Por ese medio se enteró que la contienda había terminado.

-“Estás rodeado. No quiero ninguna explicación. Solo tú renuncia indeclinable”.

-“No voy a renunciar, tengo cómo defenderme”.

-“O renuncias o van todos presos, incluida ella…”.

Guardó el teléfono, abrió la puerta y observó a la policía en la vereda de su casa.

-“Pasen muchachos, estoy a disposición”.

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