El republicano John Boehner, elegido presidente de la Cámara de Representantes, triunfó con 231 votos sobre 173 de la demócrata Nancy Pelosi. |
Lo que la nueva mayoría en el Congreso critica de las políticas del Presidente no es solo su contenido, sino también, y sobre todo, la carga ideológica que les presupone. Para los republicanos, la reforma sanitaria sería la prueba de que Obama se propone hacer de EE. UU. un país socialista. El compromiso de reducir las emisiones de gases contaminantes confirmaría la renuncia de la Casa Blanca a asumir sus responsabilidades al frente de la primera potencia mundial, plegándose a exigencias exteriores. Y la tímida reforma del sistema financiero demostraría, por último, que Obama está en contra del libre mercado. Son simples eslóganes sin correspondencia con los hechos, pero han calado entre los electores y amenazan con inspirar políticas que dejarían a EE UU y a la comunidad internacional inermes frente a problemas que exigen una estrecha cooperación y un decidido liderazgo norteamericano.
La mayoría de la que disponen los republicanos en el Congreso no es suficiente para echar abajo las reformas, aunque sí para entorpecerlas, aumentando el desencanto entre el electorado demócrata y reduciendo las posibilidades de un segundo mandato de Obama. Esa parece ser la estrategia de los republicanos, deseosos de convertir la actual presidencia en un paréntesis, cuando no en una anomalía. La realidad sería, sin embargo, la contraria: en un país que se jactaba de no tolerar la mentira en política, los republicanos más radicales la han convertido en un recurso habitual en la lucha por el poder. Obama no ha encontrado ningún método eficaz para combatirla, y de ahí que la constitución del nuevo Congreso marque un punto de inflexión en las iniciativas que se proponía emprender hasta este momento.
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