Raúl Castro prescinde de medio millón de funcionarios para evitar el colapso económico. |
La reducción del empleo estatal podría convertirse en el preámbulo de la transición política cubana. Al renunciar por inviable a la economía dirigida por el Estado, el régimen cubano no podrá sostener por tiempo indefinido la falta de libertades individuales que hasta ahora presentaba como un requisito imprescindible del sueño igualitario que aseguraba retóricamente perseguir. Con dos décadas de retraso, el castrismo ha tenido que reconocer los mismos problemas que la Unión Soviética y emprender unas reformas que, aunque pensadas para la órbita económica, acabarán afectando también a la política. La vocación totalitaria que ha exhibido la revolución durante más de medio siglo podrá recalar provisionalmente en un simple y descarnado afán dictatorial, más fiel a los intereses de la nomenklatura que a la utopía de la sociedad sin clases. Pero la suerte del castrismo está echada, por más que la represión pueda prolongar la agonía del régimen.
Las esperanzas que permite concebir el hecho de que, por fin, algo importante se empiece a mover en Cuba no pueden ocultar el drama humano al que se asoma la isla. El raquítico sector privado no podrá absorber en lo inmediato la mano de obra despedida del sector público, con lo que estaría cerniéndose sobre la población un nuevo y más grave deterioro de las condiciones de vida. Las actuales reformas deberán ser seguidas por otras igualmente contradictorias con el programa ideológico de la revolución si el gobierno quiere contrarrestar los efectos sociales de la severa reducción del sector público que ha emprendido. Y al final de este proceso, puede que la revolución sea lo único que se quede en el camino, consumida en su fracaso y en el sufrimiento inútil que ha provocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario