Por Ernesto Picco,
periodista del Conicet-Unse, docente Ucse y editor Revista Trazos
En
Santiago los medios se han devorado a los periodistas. Se puede hacer el
experimento: si le pedimos a alguien que nos diga tres nombres referentes del
periodismo, seguramente todos serán de Buenos Aires. Si insistimos en la
pregunta pidiéndole tres de los nuestros, le costará trabajo respondernos. Lo
más probable, al fin y al cabo, es que no pueda hacerlo.
La
identidad de los periodistas, su visibilidad y su impronta son fundamentales
para el desarrollo de la profesión, para la calidad de la producción, e incluso
para la buena imagen de los medios. Sin embargo, esto parece haberse perdido de
vista. Aclaremos: no se trata de un problema que tenga que ver con la
visibilidad del nombre o con la popularidad, sino con la despersonalización y
mecanización del oficio que vienen como correlato de la anonimidad que a su vez
atentan contra la calidad periodística. En las últimas décadas hemos avanzado
en Santiago en dirección a una paradoja: hay más diarios, radios y canales,
pero menos periodismo. Cada vez más trabajadores de los medios, por gusto o a
la fuerza, son menos periodistas y más escribas o voceros institucionales.
Corremos
con esto un riesgo muy grande, y es que la gente olvide que en Santiago hubo y
aún hay excelentes periodistas. Esos que tratan de ir al fondo de las cosas,
que se preocupan, que tejen vínculos con sus propias fuentes, que escriben
bien, que leen mucho, que saben comunicar con la palabra escrita o hablada.
Muchos de ellos todavía están en las redacciones, en las radios y en los
canales, algunos resignados, y otros esperando un viento de cambio.
Empobrecimiento del
oficio
Tapa de una edición de El Liberal. |
Allí
donde se supone que alguien observa, interpreta y relata una versión de los
hechos, el rostro del observador se ha vuelto desconocido, sus interpretaciones
han sido enderezadas en una sola línea editorial compartida por casi todos los
medios locales, y la capacidad de relatar se ha ido diluyendo en una tarea
anónima y mecanizada que deprime la agudeza y el talento del que tiene la
vocación de contar. El relato periodístico, que es uno de los discursos
sociales de más peso, se ha ido empobreciendo en Santiago, y con él se va
empobreciendo nuestro acceso al mundo más próximo y cotidiano.
El borrón de la identidad de los periodistas -
y con ella de sus singularidades, de sus improntas, de su diversidad- es mucho
más notorio en los medios gráficos, que son los de mayor penetración y poder de
agenda en una provincia con medios audiovisuales en vías de desarrollo. Hasta
la década pasada buena parte de lo que se escribía en los diarios llevaba
firma. Eso obligaba a los periodistas a hacerse cargo, a escribir mejor.
Estimulaba. Y algunas veces permitía decir que no, cuando se debía escribir
algo con lo que el cronista disentía en aspectos importantes. Hoy eso ya no
existe. Se publican notas firmadas que vienen envasadas por agencias de
noticias, escritas de afuera y que hablan de afuera. No hay opinión local, y
los reportajes que se realizan son anónimos. Así, la tarea periodística se ha
vuelto cada vez más despersonalizada y automática para el que escribe, y más
opaca y lejana para el lector.
En
ese empobrecimiento del relato también tiene incidencia el problema de la
concentración mediática. Becerra y Mastrini señalan en un trabajo sobre el tema
lo siguiente: “La necesidad de concretar economías de escala y reducir costos
laborales y administrativos conduce a los grupos de comunicación a maximizar los
recursos físicos y humanos aprovechándolos para sus diferentes medios y
unidades de negocio: la consecuente merma en la calidad de los contenidos
afecta así al usuario final”. Este problema es acuciante en distintos lugares
del país y del mundo, pero en Santiago se ha vuelto aún más notorio.
Reclutamiento de periodistas
Tapa de Nuevo Diario.
|
En
la década del 30, cuando El Liberal pasó a manos de la familia Castiglione y
dejó de ser un periódico partidario para convertirse en un diario comercial,
los nuevos dueños salieron a contratar periodistas en una provincia donde no
había tal cosa. Entonces reclutaron en las escuelas a maestros de grado porque
sabían escribir bien, y se volvieron cronistas y redactores del diario. Algunos
de ellos, como Hipólito Noriega, Guillermo Juárez o Carlos Argañaraz,
permanecieron décadas en el oficio y formaron a los periodistas de la
generación siguiente. En los 90, cuando apareció el Nuevo Diario y hacía más de
diez años que la prensa escrita estaba monopolizada, tampoco había muchos
lugares de donde sacar soldados para la nueva redacción. Algunos veteranos periodistas
radiales y televisivos formaron un núcleo que estuvo apoyado por sociólogos y
docentes universitarios - entre ellos Carlos Zurita y Alberto Tasso- que
llevaron adelante la tarea de sacar a la calle una versión -por esos años- diferente de las noticias impresas.
Es interesante entonces preguntarse de dónde
salen los periodistas que trabajan hoy en los medios. Muchos están ahí hace
años. A veces los se importan periodistas más experimentados de otras
provincias. Pero en general, los nuevos salen de la carrera de Comunicación
Social de la Ucse y de la Escuela de Periodismo Mariano Moreno. Digamos que si
bien los periodistas no se forman en las aulas sino en las redacciones y en la
calle, en el sistema educativo también tenemos responsabilidad en la pauperización
del oficio: seguimos preparando a los jóvenes para conseguir un empleo en
alguno de los grandes medios, y no para hacer un ejercicio crítico y liberador
de la profesión. Esto ocurre porque en Santiago todavía conviven dos modelos
institucionales de los 90 que debemos esforzarnos en cambiar.
El primero es el modelo de universidad liberal
que se piensa como una fábrica de recursos humanos para las empresas privadas y
la maquinaria burocrática del Estado, en lugar de una comunidad interpretativa
crítica y transformadora del ámbito en el que está inserta. El segundo es el
modelo liberal del periodismo, donde lo que prima es el criterio comercial y el
dominio del mercado, en lugar de un oficio que debe promover la comunicación social como un derecho humano
y ciudadano antes que como un negocio. En ese contexto, nuestros periodistas
continúan desfilando por los medios de comunicación, imperceptibles, siguiendo
el libreto. Muchos de ellos, sin saber que otro periodismo es posible.
En
la última década se ha empezado a discutir el modelo del sistema de medios de
nuestro país, primero por el impulso de las ONGs y los comunicadores populares,
y después por la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
desde el Estado nacional. La demanda era la de cambiar el modelo de medios
heredado por la dictadura y actualizado con las reformas legislativas de los
90. Como la mayoría de los grandes cambios normativos, este cambio también es
cultural y afecta al ejercicio del periodismo, y viene aponer en tela de juicio
el modelo liberal, que se ha sostenido con la objetividad como máximo
estandarte del oficio. El debate actual propone un eje diferente para pensar el
periodismo y la comunicación: la pluralidad de voces. La diferencia fundamental
entre uno y otro es que la objetividad supone la descripción o los análisis
asépticos, sin tomas de posición manifiestas y con pretensión de neutralidad;
mientras que la pluralidad asume el hecho de que quien habla ocupa una posición
diferenciada en la discusión, que puede tener intereses en ella, y que por
poseer los recursos para hacer circular discursos, tiene a la vez la
responsabilidad de mostrar una diversidad de posiciones que excedan la propia.
Esta pluralidad de voces
puede buscarse por dos vías: con los propios medios gestionando sus políticas
de contenidos y selección de temas, voces y enfoques en la producción de sus
discursos particulares que visibilicen la diversidad y los diferentes puntos de
vista; o con el Estado mediando para redistribuir la propiedad de los medios y
fomentando la producción de contenidos de los actores con menos recursos
técnicos o económicos. En Santiago los compromisos de los grandes medios
impiden la primera variante, y la segunda se empieza a expresar a cuentagotas.
En un país donde se está intentando cambiar un paradigma cultural en el que la
comunicación y el periodismo dejen de ser exclusividad de las empresas
privadas, hay un llamado al protagonismo de las universidades, las
organizaciones sociales y sobre todo a los propios periodistas y comunicadores
para transformar y dignificar la profesión. Que las conmemoraciones de otro 7
de junio nos sirvan para pensar en ello y aprovechar los vientos de cambio.