Por Sergio Sinay.
Respetar los valores acordados equivale a vivir moralmente. Cuando no es así, cuando nada vale, entramos en el vale todo. Ahí estamos. Un psicópata parricida se convierte en referente “ético” y es recibido y honrado por gobernantes para quienes todo vale (vean las fotos de K con Sch, están frescas). Una organización de derechos humanos se convierte en una simple unidad de negocios y su líder en una discriminadora serial que se vanagloria de no respetar reglas ni derechos ajenos.
La justicia deviene objeto de uso para el poderoso de turno y la “militancia” política en una carrera gerencial para ocupar cargos obscenamente bien remunerados en empresas que se toman poco menos que por asalto. Antes que eso, el vale todo está en las calles (semáforos, límites de velocidad, etc. se violan deportivamente), en el ventajeo cotidiano de tantos ciudadanos de a pie, en la confusión permanente de deseos con derechos (si lo quiero es mío y si no me lo dan me lo tomo por la prepotencia del número). ¿Qué estamos dispuestos a respetar, con qué valores nos comprometemos a vivir? ¿A qué le vamos a decir que no? Se viene una temporada de elecciones. Buen pretexto para buscar respuestas concretas a estas preguntas. Mientras esperamos las urnas para responder allí, también podemos empezar a hacerlo en cada acto de la vida cotidiana. Que algo valga.
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