Para comenzar un soneto hace falta una frase eficaz de once sílabas, separada por un conveniente hemistiquio en la sexta.
Luego, componer una cuarteta con rima asonante o consonante, apareadas primera-tercera y segunda-cuarta, o bien primera-cuarta y segunda-tercera.
Después de escrita la primera estrofa acometer la segunda, concebida con el mismo parámetro y semejante espíritu.
Ahora vienen los tercetos, ese desafío que obliga a plantear el problema con un ritmo más rápido y la necesaria síntesis.
Admiten varias formas de organizar la rima, que diferirá de la empleada en las cuartetas, y se repetirá en ambos.
Es sabido que el último verso encierra el problema de la resolución o remate, que conmueve al lector por su mayor tensión que condensa el poema.
El soneto es obra de teatro o narración pautada por el ritmo del verso endecasílabo (o alejandrino, de catorce) reforzada por la rima, que da el compás.
Cada estrofa es una escena, aunque a veces la puntuación y los versos encabalgados la seccionan y disimulan.
Algunos autores prescinden de la división en estrofas, otros de la rima, otros del metro y hasta del ritmo, pero estas variaciones no desmienten la forma clásica.
En catorce versos debemos enunciar sentimientos, situaciones, problemas, soluciones, aporías, irresueltas pulsiones o claves de la vida.
Lo obvio es fácil de decir. Pero siempre es necesario recordar que para la magia no hay receta. Ciento cincuenta y cuatro sílabas. El resto es vanidad de vanidades.
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