Por Juan Arias, en su blog internacional, en El
País, de España.
Si
existe hoy una palabra del diccionario olvidada, casi despreciada, es la de
“delicadeza”. Todo es abrupto en nuestra sociedad irritada. Falta delicadeza en
los palacios y en la calle. Hasta en las familias entre cónyuges y entre padres
e hijos.
Y
sin embargo, en los seis días de estancia en Brasil, Francisco, se ha ganado la
simpatía, el afecto y hasta la admiración de la gente, incluso de los credos
más diversos.
Y
se los ha ganado justamente con su actitud de delicadeza con todos. No ha
tenido un gesto de cansancio, menos de arrogancia. Fue delicado en sus gestos y
palabras. Pidió hasta perdón a los obispos después de haberles echado el mayor
rapapolvo del viaje. “Perdonadme, rezad por mi”, lo decía a pequeños y grandes.
Cálido
interlocutor
El Papa argentino sigue cosechando aplausos luego de su paso por Brasil, en las Jornadas Mundiales de Jóvenes. |
Entre
todas las delicadezas desparramadas por el papa en Brasil, hasta los zapatitos
para el nieto regalados a la presidenta argentina Cristina Fernández, vieja
antagonista suya en Buenos Aires, quizás la que más me impresionó fue su
actitud con la entrevista en exclusiva mundial que dio al periodista brasileño
de Globo News y del diario O Globo, el joven Gerson Camarotti la tarde antes de
dejar el país.
Camarotti
es un periodista amado por sus colegas por su falta de arrogancia, su
generosidad con todos y su proverbial disponibilidad.
Autor
del libro Segredos do Conclave de la editorial Geraçao, que acaba de salir y
que el papa Francisco leyó aquí en Brasil en sus pocos ratos de descanso,
Camarotti fue el único de los miles de periodistas que cubrieron el cónclave
que elegiría papa al cardenal argentino Bergoglio, que alertó sobre la
candidatura de Francisco, cuando nadie apostaba en ella.
Quizás
como agradecimiento, el papa quiso darle el regalo de la única entrevista antes
de la colectiva en el avión a su vuelta de Brsil.
He
visto y revisto aquella entrevista, la figura del papa detrás de la mesa ante
la que estaba sentado respondiendo a las preguntas. Me impresionó no sólo su
actitud de sencillez, más de alumno que escucha al profesor que de maestro
pontificando sino su postura de connivencia con el periodista.
Y
sobre todo me impresionó la delicadeza enorme con que trató a Camarotti. Una
delicadeza no sólo en sus palabras y gestos sino en el respeto con que
escuchaban sus preguntas.
Acostumbrado
en 50 años de periodismo a entrevistar a gente importante de todas las categorías
y a esa implícita arrogancia y superioridad con que suelen tratar al
periodista, el papa me pareció un extraterrestre. Conversaba con el periodista
como si le estuviera confiando sus secretos. Era como si reflexionara junto con
él de temas delicadísimos de su pontificado.
Sin
énfasis, siempre cálido, a veces con humor, recuerdo su semblante cuando le
confiaba a Camarotti que no le importaba si a un niño con hambre y sin escuela,
lo redimía de su pobreza un católico, un evangelista, un judío o un ateo. Y
cuando le confió: “Ninguna confesión religiosa debe dormir tranquila mientras
haya un niño en el mundo con hambre”.
Dicen
que la delicadeza, la ternura, el respeto por cada persona que se te acerca,
importante o no, la preferencia del diálogo a la pelea, el reconocimiento del
valor pequeño o grande de cada ser de la creación, no tienen mercado en esta
sociedad competitiva donde vale más el que mejor sabe pisar sobre el otro.
Francisco,
en Brasil lo ha desmentido. Con su delicadeza a raudales, con el afecto de sus
gestos, más con los que no cuentan que con los que cuentan en la sociedad, se
ha conquistado el corazón de los brasileños y más allá.
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