Por Sergio Sinay.
Casi ocho de cada diez personas en el país no se
interesan por las listas de candidatos ni por la cuestión electoral. Esto surge
de una encuesta que efectuó la consultora Poliarquía para el diario La Nación.
Quizás un muy alto porcentaje de esas personas se quejan de los políticos y de
cómo está el país. Y esperan que eso que les molesta o que critican cambie por
arte de magia, por obra del destino, por la presencia de un ser mesiánico o por
el camino que fuere, siempre que no requiera ni el interés, ni el compromiso,
ni la participación ni la responsabilidad de ellas. Esas personas votarán. Y de
su voto dependerá, en parte, el derrotero nacional. Habrá una década más de
corrupción, pobreza estructural, decadencia educativa, catástrofes
ferroviarias, violencia callejera, inseguridad, negociados, patrimonios
presidenciales que se decuplican sin justificación valedera, degradación de la
República, malversación de la democracia, desastres viales, inequidad fiscal,
decadencia urbana y usurpación de los medios de comunicación públicos. O
comenzará la lenta, empeñosa, comprometida y colectiva tarea de reconstruir (o
quizás haya que decir construir) una sociedad democrática en los hechos y no en
las palabras, con una justicia independiente, con una educación que eduque, con
una economía que atienda necesidades y genere empleos en lugar de generar ricos
más ricos y pobres más pobres, con ciudades que sean lugares de encuentro y no
de fragmentación o de negocios inmobiliarios para amigos del poder, con tres
poderes republicanos funcionando en una interacción creativa, con tolerancia, con
redes camineras que comuniquen en lugar de ser trampas mortales, con servicios
sociales que de veras sirvan a quienes los necesitan, con jubilados respetados
y no despojados de lo que les corresponde y se les niega para otorgarlo a
empresas estatizadas y gestionadas por zánganos militantes.
El que se desinteresa también participa, pero de la peor
manera. Hay quienes creen que desentenderse de “la política” es rebeldía. Pero
es sólo irresponsabilidad. Como también lo es creer que ese desinterés resulta
“cool”. Desinteresarse equivale a reclamar derechos sin cumplir deberes. Y lo
que ocurre con la política no es ni casual ni aislado. Se da en todos los
órdenes. Como cuando padres que jamás se acercan a reuniones que los convocan
ni aportan ideas, luego se quejan de la escuela. Cuando propietarios que nunca
acuden a una reunión de consorcio protestan por el funcionamiento del edificio.
Cuando los que estacionan en cualquier lado e incumplen todas las normas se
quejan del tránsito. Cuando los ciclistas que andan ilegalmente por las veredas
poniendo en riesgo a los peatones se quejan de cómo los tratan los
automovilistas. Cuando los socios que desde las tribunas insultan a los
dirigentes no votan luego en las elecciones de su club. Cuando el que evade
impuestos critica el estado de los hospitales, las escuelas o las calles.
Cuando el que despotrica al inundarse continúa arrojando la basura en la calle
a cualquier hora y en cualquier lugar tapando alcantarillas.
Los orientales lo llaman karma. Se entiende fácil cuando
se dice causa y efecto. Toda acción tiene una consecuencia. Toda omisión,
también. Todo es política, porque política es lo que nos afecta a todos, en lo
grande y en lo pequeño. Hay política nacional, familiar, deportiva, barrial,
escolar, cultural, amorosa. La partidaria y electoral es apenas una expresión
de la política. Pero nuestra actitud ante ella remite a otras actitudes. El que
se desinteresa no se aparta de la política. Simplemente la empeora. No se
desinteresa de la política, como cree, sino del destino común.
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