Por Miguel A. Brevetta
Rodriguez.
Se
fue otro amigo: Miguel Alberto Salvatierra, un notable santiagueño con quien a
fines de la década del 60’ nos conocimos compartiendo militancia e ideales en
procura del retorno de la democracia, cuando el mal de la dictadura parecía
entronizado para siempre dentro de nuestras instituciones.
Ferviente
representante de la resistencia peronista, nos ilustraba sobre las peripecias
vividas en el campo de las ideas, de las dificultades sobrevinientes para
quienes sostuvieron la doctrina justicialista, la persecución, el odio, el
desprecio por el ser humano, propio de una guerra fratricida que no dejó margen
para el ideal o el crecimiento de sus contemporáneos.
Tuvimos
como bunker de reuniones las mesas a la intemperie del Barquito Bar que las
compartían solamente nuestro grupo cerrado, formado por Gaspar Villarreal,
Segundo Osorio, Ernesto Vaccari, Justo José Rojas, el maestro Victoria y su
inefable perro y algún otro contertulio que en este instante no recuerdo.
Coincidimos
con la formación del Frente que sostuvo la candidatura de Francisco López
Bustos, con quien más adelante fundamos el Centro de Estudios Reconquista,
junto a René Gómez Álvarez, Guillermo Abregú Mittelbach, Luis Alen Lascano,
Edmundo Robles Avalos, Arturo Valentín Velarde y muchos otros baluartes del
pensamiento nacional y popular.
Miguel
fue un periodista pensante, cauto, que expresaba su pensamiento con un decir
pausado sin dobleces, ni eufemismos que pudieran desvirtuar su contenido.
Siempre impecable y atento, en consonancia con los viejos caballeros que
anteponían el honor ante cualquier tipo de desatinos. Con tono paternalista me
indicó las ventajas y desventajas de hacer política en el terreno provincial,
de los intereses políticos y de los económicos, que a escondidas, elaboraban
tramas muy difíciles de sortear.
Homenaje a un buen
amigo: Miguel Alberto Salvatierra.
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Se
apasionó por la historia bien temprano y se adentró sin pausa en los vientos
del revisionismo que le mostraba el reverso de una misma moneda y así se los
vio: “…Por Irigoyen y en yunta con tu amigo Miguel A. Salvatierra, los dos
hicieron el aprendizaje de la lectura patria desde el segundo nacionalismo, el
de Ricardo Rojas. Se recibieron de
“nacionales”, según el sustantivo que en los 60 tomaba distancia de las
versiones totalitarias. Con esos aprestos, cruzado el pecho por la talega
criolla al modo del zurrón castizo…” (Arena Política: Luis C. Alen Lascano, por
Eduardo José Maidana, 27 de septiembre
de 2010)
Recuerdo
que el 22 de agosto de 1973, estuvo
presente en la Casa de Gobierno cuando asumí como director general de Cultura
de la provincia, coincidiendo que esa misma noche lo hacía también otro amigo
querido: Guillermo Abregú Mittelbach en la Secretaria General de la
Gobernación, el mismo cargo que él había ocupado con anterioridad.
Lejos
quedaron esos encuentros señeros cuando la llegada de Raúl Matera cerrando la
campaña, o el arribo a la provincia de
los restos de Ramón Carrillo desde Belem do Para, el anecdotario humorístico
del padre Pedro Badanelli o las travesuras Alberto Ottalagano, cuando rector de
la Universidad de Buenos Aires.
Esta
vida que vivimos día a día, se va poblando de distancias no queridas, mientras
se bifurca en silencio por extraños laberintos, que sin pensarlo nos van
distanciando hasta el límite del cuasi olvido.
Hacía tiempo que nada sabía
de este profundo y generoso amigo que acompañó mis primeros pasos en las lides
políticas y en la vocación cultural. Pertenecimos a dos generaciones
marcadamente diferentes, pero ello no fue óbice para el surgimiento de una amistad
edificante, que celebro y admiro desde aquí y para siempre.
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