Una de las pruebas más irrefutables de que me estoy volviendo viejo es que ya no entiendo qué quieren decir algunas palabras. Autista es una de ellas. Para ofenderse mutuamente los políticos se acusan de autistas, para decir que la Argentina está paralizada, un periodista dice que es un país autista, cuando los chicos pelean en la escuela, se acusan de autistas. Y yo me quedo sin saber de qué se culpan. Para peor, si pregunto qué quiere decir, me hacen la seña de que tiene un tornillo flojo, como si un autista fuera un loco.
-¿Entonces por qué no le dices loco?
Pregunto.
Y me responden que autista es más que loco.
-¿Cómo un loco multiplicado por diez o por cien?
-Eso.
Pero no están muy seguros, lo que me lleva a pensar que debe ser una palabra -otra más- que los seudo intelectuales han sacado de la psiquiatría o de la psicología, un término técnico que debería ser usado solamente en unos pocos casos por los especialistas. Pero hay gente que como no sabe cómo insultar, primero toma un término de una ciencia que ignora y después, cuando se da cuenta del error, se pasa al otro bando, para sostener que no se debe ofender a los enfermos nombrando así a cualquiera. Con lo que dentro de poco, si usted le dice autista a otro, será acusado de discriminador. Los discriminadores, para que se sepa, son los peores pecadores del mundo moderno, después de los genocidas y los infractores de las leyes del tránsito tipos que pasan el semáforo en colorado.
Uno de estos días le voy a preguntar a algún psicólogo amigo qué es un autista, no sólo para desburrarme sino para saber también qué me dicen cuando me acusan de serlo. De yapa insultaré a alguno diciéndole “sos un autista”, a ver qué tal se siente uno después de insultar en moderno.
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