Luis Alén con Tulio Ortiz.
Lo conocía de nombre, en la tertulia semanal de Miguel Unamuno, uno de los grandes dirigentes del peronismo histórico, se lo mencionaba habitualmente, y cuando viajaba a Buenos Aires concurría, aunque yo estaba en Mendoza en ocasión de sus visitas.
Cuando vine a esta provincia para hacerme cargo del ministerio de Gobierno y Trabajo de la intervención federal, con la intención de visitarlo para conocerlo y transmitir los saludos de sus amigos porteños, algunos de ellos vinculados a Forja y a las corrientes del viejo revisionismo histórico. Insistió en concurrir a mi despacho, su generación tenía apego a las jerarquías formales, aunque fueran circunstanciales.
Discrepaba con su corriente de pensamiento histórico, abrevo en otras fuentes, pero me impresionó en su conversación y en sus libros y escritos, el tremendo amor por su tierra y el dolor por la decadencia, sobre todo intelectual, de los que se creen clase dirigente.
Añoraba el Santiago del Estero de la Brasa , de Bernardo Canal Feijóo y Orestes Di Lullo, el de la tradición hispánica y católica y le dolían los ataques al pasado, promovidos por los que creen que la historia comenzó con ellos, hace seis o siete años.
Fue miembro de la Academia Nacional de la Historia , un lugar al que no entra cualquiera.
Con Luis Alén Lascano se ha ido un viejo argentino y un santiagueño raigal.
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